Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión", de Radiópolis Sevilla a propósito de "La lista de Schindler", de Steven Spielberg, podéis hacerlo aquí.
Un pájaro, un
cigarrillo y la soledad absoluta. Un minuto de concentración antes de
construirse una coartada y cumplir un encargo. En los ojos de Jeff Costello
están todas las respuestas que nadie quiere oír y todos los disparos que nadie
quiere dar. El silencio en el que se envuelve no solo es un disfraz, también es
una forma de expresarse. En su rostro de hielo se dibujan las crueldades de un
mundo que yace por debajo, donde convive la violencia y el asesinato. Recorre
las calles de la ciudad como una gota de sangre por el sistema venoso y su
profesionalidad está por encima de cualquier duda. No hay demasiados lugares a
donde ir, entre otras cosas porque no cree que nadie vaya a hacer algo por él.
Demasiadas horas de soledad. Demasiado tiempo encerrado en ese cuartucho sin
luz, sin alegría, sin pintura, sin nada más que un pájaro que le avisa de
cuándo alguien ha forzado la entrada. Total, para eso, más vale que alguien le
encargue que se mate a sí mismo.
Incluso al final, sus
ojos parecen llorar porque ha encontrado a alguien que quiere hacer algo por él
desinteresadamente. No es que vaya a haber amor. No es que se vaya a iniciar
nada mucho más allá de un par de noches. Pero el ser humano siempre sorprende y
una mujer le enseña cuál es el camino del jazz improvisado en la vida
inesperada. Y el pájaro pía en su soledad, señalando los peligros de un camino
que ya no tiene vuelta, que se empeña en retorcerse por el afán de no dejar
huellas, que se aprovecha del mismo sentido de la profesionalidad del tipo que
dispara. Las cosas hay que llevarlas hasta el final y no importa quién sea la
víctima.
El silencio cae sobre
el samurái porque tiene que hacer su trabajo sin atender al precio, porque no
tiene que preguntarse razones ni responder las sempiternas cuestiones
policiales. Solo debe mantener el tipo y dejar que su nombre se extienda por
los bajos fondos. La policía será implacable y él se da cuenta del buen
profesional que es el hombre encargado de buscarle. Por eso, el final tiene que
ser el buscado. No puede haber otro. Un montón de ojos en blanco en el tambor
de un revólver que delatan su intención. Ya el silencio será permanente. No
habrá que inventarse más coartadas. Ésta será la última.
Alain Delon demostró lo
que escondía tras ese rostro perfecto bajo la dirección de Jean-Pierre
Melville. Debajo del sombrero de ala ancha de Jeff Costello hierven muchos
pensamientos, sabemos cuáles son, pero ninguno será expresado. Y ésa es la
verdadera película.
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