martes, 20 de junio de 2017

EL DIARIO DE NOA (2004), de Nick Cassavettes

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "Los vikingos", de Richard Fleischer, podéis hacerlo aquí.

La orografía de la mente es tan escarpada, tan abrupta, tan inútil, que detrás de cada colina puede permanecer el olvido. Instalado como un visitante ingrato, va borrando todos los recuerdos uno a uno. Pero no tiene en cuenta que lo último que pasa al blanco de la memoria son las sensaciones. La sensación de un primer encuentro, de una primera locura, de un primer beso, de la primera vez que se hizo el amor, de ese inigualable momento en el que uno se cree en la cima de la felicidad porque se está con quien realmente se quiere, con quien sabes que nunca te fallará, con quien deseas pasar el resto de su vida en una interminable historia de amor. La mente luchará por borrar eso también y es posible que llegue a conseguirlo en una última noche de tranquilidad y sosiego pero es lo que más le costará. Quizá eso sea la prueba definitiva de que el amor, el auténtico, el de verdad, puede ser eterno.
Entre medias, habrá que esconder en los pliegues del recuerdo las turbulencias del sueño que nunca es fácil de alcanzar. El verano que parece que nunca acaba, la pasión que se desata como gotas de sudor cayendo en la cálida noche, la ira porque el dolor anuncia su llegada con la fuerza de la incomprensión y de las mutuas obligaciones, la sensación de que todo se difumina con los días, que llegan sin remedio y se van, llevándose consigo un pedacito de ternura. La guerra y la pérdida, que arrasan el resto de un corazón que trata de conservarse intacto para quien realmente lo merece, el cariño de los que te quieren, el futuro que se abre como una casa necesitada de reparaciones desde el tejado hasta la entrada. Todo ello descubre formas de luchar en silencio, con una espera ingrata que siempre trae dudas y preguntas sin respuesta. O, tal vez, sí la tienen y no se quieren ver porque la emoción nos desnuda y nos despelleja con la violencia de un adiós. Amor que no acaba ni siquiera cuando la razón abandona. Amor que perdura más allá de la oscuridad de las palabras que pasan de largo sin llegar a agarrarlas…

En el rostro juvenil de Ryan Gosling se puede apreciar el castigo del tiempo con la madurez de James Garner. En la sonrisa luminosa de Rachel McAdams se adivina la maravillosa actriz que es Gena Rowlands. Y todos nos sumergimos en la seguridad de unos protagonistas que luchan por lo que quieren pero que, en todo momento, se saben amados, poseedores de un don que solo la muerte podrá romper. Nada se puede interponer entre unas líneas que recuerdan el nacimiento del amor de una vida y la maldita demencia senil que trata de arrasar a las personas, como si no hubieran dejado huella, como si todo ese inmenso cariño que vertieron se evaporase. Todo se resume en la noche, en una cama, en un último y sincero deseo de dormir bien para que, al día siguiente, el olvido vuelva a reinar en la mente en blanco. Quizá haya cinco minutos de lucidez…pero para quien ama con todas sus fuerzas, serán suficientes.

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

Tiene esta película algo magnético, probablemente es de esos films que objetivamente todos veamos ñoños y empalagosos y sin embargo..., al menos yo, no puedo sustraerme a prestarle atención cada vez que aparece en el televisor en un zapping y últimamente es demasiado a menudo.

Es cierto que Gardner o Rowlands son un imán, también Gosling y McAdams nos enganchan, quizá sean los bailes en el tiempo, la pasión desatada juvenil y el reposado amor senil, nos dan perspectiva y nos relajan cuando la acción romántica se desboca. La historia puede ser de lo más tópica, muy propia de Barbara Cartland o de nuestra Corín Tellado, pero la factura del film y ese final la convierten en mucho más que una cursilada moderna. se convierte en un pequeño clásico. Fijo que Casavettes también tuvo mucho que ver en ello, aunque luego no tenga mucho más notable que llevarse a los ojos, aquí si dió con el tono adecuado.

Abrazos leyendo

César Bardés dijo...

Precisamente lo que hace que esta película tenga algo magnético sean sus intérpretes, con mención especial para Garner y Rowlands y porque, al fin y al cabo, esos cinco minutos de lucidez que merecen tanto la pena es algo que todos los que sabemos lo que es el Alzheimer o la demencia senil hemos tenido muy cerca o, al menos, también de alguna manera los hemos buscado. No cae en la cursilería (sí en el folletín, especialmente en la parte de Gosling y McAdams) y hay algo muy, pero que muy atractivo en ese intento por parte de Garner por conquistar todos los días a esa señora que no sabe quién es él. Y que todos los días sean para recordar, aunque sea por boca de él, lo que han sido el uno para el otro. Sin duda, Rowlands intervino con gusto para darle empaque a la película de su hijo...y resulta que gran parte de la película es ella misma. Sigue siendo una gozada verla y merece todos los Oscars del mundo.
Abrazos olvidados.