“Nos
interesa vuestra raza. Siempre sacáis lo mejor de vosotros mismos cuando peor
os van las cosas”
No hay quien entienda
al ser humano. Miles de millones gastados en enviar una sonda espacial errante
con todos los mensajes posibles para invitar a venir a la Tierra a quien lo
escuche y, cuando por fin alguien se decide, le recibimos con unos cuantos
misiles. Y lo que va a aprender ese ente que ha aterrizado y adoptado la forma
de un humano es que la violencia casi es una forma de vida en este precioso
planeta que ha picado su curiosidad. Es bastante difícil de explicar. Quizá ese
extraterrestre que aprende rápido y trata de sobrevivir, no se ha dado cuenta
de que aquí no hay igualdades, sólo egoísmos; que no hay preocupación por los
demás, sólo individualidades; que no nos preocupamos por dejar ninguna huella
agradable de nuestro paso por el mundo, sólo fealdad y destrucción. Sí, ese
hombre de las estrellas va a recibir un curso acelerado de recibimiento hostil,
estancia peligrosa y huida rápida.
Lo cierto es que lo
único que salva al ser humano y que puede hacerle ligeramente superior a otras
razas es el amor. Es ese sentimiento que el hombre de las estrellas experimenta
cuando decide dejar un regalo en forma, precisamente, de amor, de preocupación
por aquello que es lo más preciado, de verdad entre tanta agresión. Eso es lo
que hace que el ser humano, realmente, valga la pena y lo que consigue que
saque lo mejor cuando ve que lo que más ama está amenazado. El hombre del
espacio exterior se dará cuenta de que hemos construido un ambiente lleno de
intereses creados, de contradicciones sin sentido, de odios, de animadversión
inexplicable basada en cosas tan estúpidas que sólo podrían causar sonrojo
ajeno en otras galaxias. Y eso aumenta el miedo del ser humano y de todo aquél
que se atreva a visitarnos. Venir a la Tierra es toda una aventura y, aún así,
ese hombre extraño, de gestos y movimientos extraños, de lógica tan sencilla
como definitiva, está interesado en nosotros, en esos seres primitivos que lanzaron
una nave espacial con un buen puñado de mensajes sin ningún sentido.
Quizá ésta sea la
ocasión en la que John Carpenter estuvo más cerca de la serie A aunque su
pasión por el cine algo chapucero se deja notar en los efectos especiales de la
película. Sin embargo, eso no molesta en absoluto cuando se tiene delante a un
actor de la talla de Jeff Bridges y a una actriz de los recursos de Karen
Allen. A pesar de la situación y de la excentricidad de una propuesta que no
deja de ser un cuento, ellos pasan por todos los estados de ánimo moviéndose
siempre en los registros de bondad que inspira la inocencia y simpleza de un
ser que sólo quiere admirar la belleza y acaba por sentirla en los ojos de otra
persona. Algo que muchos de nosotros no podemos experimentar en toda una vida.
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