¡¡¡Keeks!!! Cómo me
revienta que me hagan eso. Estamos hablando de cosas serias y llega mi marido y
me hace keeks, como para quitar hierro al asunto. No sé yo si mi marido me
quiere o no. Está tan enfrascado en sus negocios de seguros que apenas me
presta atención. ¿Qué tal, querida? ¿Has tenido buen día? ¿Alguna novedad? Sí,
sí, bien, bien y ya está. Y, de repente, se me aparece Sebastian. Él es todo lo
que no es mi marido. Es bohemio, artista, excéntrico, divertido, despreciativo,
arrogante, nada vulgar. Claro, la comparación ofende. Con Sebastian me
divierto. Con mi marido, no. Es como si hubiésemos caído en una monotonía
infame de la que no se divisa la salida. Le enseñas un cuadro a mi marido y
para él como si le enseñaras un papel en blanco. No ve nada, no siente nada, no
dice nada. Sin embargo, Sebastian penetra en el trazo del pincel, en el
significado de la pintura, en el simbolismo de la obra y todo tiene un sabor
diferente. Quizá no mejor…pero sí diferente. ¿Cómo puede alguien comparar la
pasión que pone Sebastian con la que pone mi marido en los seguros? Quiero
dejar de ser una tecla negra en el teclado de la vida. Allá voy. Tengo que
ganar en seguridad y Sebastian me la va a proporcionar.
¡¡¡Fui!!! Menuda forma
de escribir, mi dulcecito. Lo haría mejor un niño de parvulitos que tú, pero
hay que reconocer que tu belleza es tal que se derrama por las letras cual
fuente inagotable de inspiración. Ahora mismo, estoy tocando el piano por todo
lo que me sugieres en tu escrito, ése que me retrata como un genio
incomparable, ése que supera a tu marido en todos los aspectos de la vida, ése
que, al fin y al cabo, hace que la vida se vuelva arte mientras tú, mi
dulcecito, estés a mi lado. Soy Alexander Sebastian ¿acaso lo dudas? Mi melodía
es no detenerme nunca porque en cada gesto te diré que te quiero…a veces te
quiero lejos…pero sólo porque el arte me llama implacable y me convierte en un
esclavo de las sensaciones ajenas. ¡¡¡Fui!!!
Valiente tontaina es
este individuo. Me quita a mi mujer y luego quiere que le dé consejos para
cuidarla. A ver si sale de su mundo de partituras y se pone a tocar la sinfonía
de la vida. No sé qué le ha visto mi mujer. Y es más, no sé qué tiene él que no
tenga yo como no sea esa forma pedante e insoportable de aporrear el piano. Se
cree un genio, pero éste no aguanta ni medio asalto de la rutina de un
matrimonio. Y mi mujer, inocente ella, cree que cada día será diferente, lleno
de descubrimientos cuando lo único que hay que descubrir realmente es la forma
para no dejar nunca de estar enamorado. Tendré que cambiar todas las tácticas,
enfocar el asunto desde una perspectiva diferente. Tal vez si me mudo a un
hotel, ella tenga algo guardado en su corazoncito. Fingir, fingir. Todo es
fingimiento. Pues bien, ahora me toca a mí. Voy a ser el conquistador que nunca
fui, voy a hacer creer a todo el mundo que las mujeres están locas por mí, a
ver si así le parece a mi mujercita que la rutina no es lo que parece.
Soy Ernst Lubitsch y
sí, es verdad. Esta película puede que no esté a la altura de otras mías, pero
hay que reconocer que tiene su gracia. En el fondo se llama Lo que piensan las mujeres porque nadie
sabe realmente qué es lo que piensan…y esperemos que nunca lleguemos a saberlo
porque entonces ya todo perderá la gracia y no podré cerrar puertas para
sugerir ósculos, ni dejar la cámara quieta para dar a entender que fuera de
campo está pasando eso que tanto nos gusta a todos. En eso, seamos sinceros,
pensamos lo mismo que las mujeres. No se preocupen. Yo no hago ningún ruido.
Intento insinuar tan sólo. ¿Ustedes saben comprender?
No hay comentarios:
Publicar un comentario