miércoles, 6 de marzo de 2019

REBECA (1940), de Alfred Hitchcock

Dulce señora sin nombre que te enamoraste de un hombre encantador que algo oculta en su pasado más reciente. Le encontraste ahí, mirando al mar, como queriendo alcanzar algún sueño cuando lo que deseaba realmente era dejar atrás alguna pesadilla. Quisiste hacerle feliz haciéndote cargo de una mansión fabulosa llamada Manderley, como si anhelaras echar de allí a los fantasmas que la habitaban, incluido el de una dama que a todos conquistaba con su elegancia, con su sonrisa, con su belleza y su inteligencia. Se llamaba Rebeca. Sí, tenía un nombre, no como tú. Ella leía la correspondencia, la contestaba, se ocupaba del menú sugiriendo platos a la señora Danvers. Organizaba fiestas opulentas y se ocupaba de mantener la fachada de Manderley y todo lo que representaba en una impoluta apariencia de señorío. Nada más lejos de la verdad, dulce señora sin nombre.
Quizá una noche, ella mostró su verdadero rostro y a Max, tu marido, se le vinieron todos los cielos al infierno. Tal vez no quisiera ejercer como la señora de Winter y esa respetable apariencia que se ocupaba de mantener no fuera más que la misma mentira de sus sentimientos. Su sombra era alargada, pero falsa. Su elegancia era magnífica, pero sólo exterior. Era la más hermosa de las criaturas, pero también el más horrible de los monstruos. Sé que deambulas por los rincones de Manderley y te la encuentras a cada paso, pero no deberías dar demasiada importancia a tus tropiezos, dulce señora. Todo es decorado, todo es tan ideal que, por fuerza, tiene que ser muerte y, para demostrártelo, Manderley arderá, dejando en sus cenizas el recuerdo de dos mujeres que nunca tuvieron que pisar sus suelos, ni gobernar sus muros, ni airear sus cortinas, ni vivir entre sus paredes.

La primera aventura americana de Alfred Hitchcock dejó a todos boquiabiertos y maravillados. Rebeca es Joan Fontaine, es Laurence Olivier, es Judith Anderson, es el peso del recuerdo, tan inamovible, tan aplastante, que puede aniquilar cualquier otro intento de vida mientras la crueldad se extiende por corazones de piedra y por memorias en trance de olvido. No faltan los advenedizos que, presos de la envidia, tratan de hacerse con las existencias ajenas invadiendo sus debilidades hasta la humillación. Bien lo sabes, dulce señora sin nombre, porque estuviste al servicio de una estúpida que apenas pudo creer en su derrota de tan alto que creía hallarse. Anoche, soñaste que volvías a Manderley y que empezabas de nuevo en algún lugar de la Costa Azul, dispuesta a salir de tu hoyo de timidez y ninguneo y abrazar al amor de tu vida al que crees demasiado lejano cuando, en realidad, está mucho, mucho más cerca de lo que nunca llegarás a pensar. El amor es así, dulce señora. Sólo depende del punto de vista con el que te arriesgues a observarlo. 

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

No sé qué debilidades puede tener una película que lo tiene absolutamente todo. Me he ido por gusto a ver la ficha para ver qué directores competían aquel año con Hitch por el Oscar a Mejor Director. Perdió ante el John Ford de "Las uvas de la ira" y por ahí estaba también Sam Wood, Willyam Wyler y George Cukor. La verdad es que había nivel, pero, con todos mis respetos a todos ellos, el trabajo de Hitch en esta película es imperial. En cuanto a películas, pues sí, estaban "Las uvas de la ira", "Historias de Filadelfia", "El gran dictador"... Vaya, igualito que lo de este año.

Abrazos con la rebequita puesta

César Bardés dijo...

Y eso que, en el fondo, más que un misterio "Rebeca" es un melodrama, si se quiere inquietante, pero melodrama. Y es cierto que el trabajo de Hitch es imperial aunque, la verdad, me alegro de no ser miembro de la Academia aquellos años porque, sinceramente, no sé si elegiría a Jack con sus uvas o al tío Alfred con su misterio. Ambos serían merecidísimos.
Abrazos desde debajo del agua.