El camino del éxito
siempre está jalonado de fracasos. Y en una escuela de artes dramáticas de
Nueva York parece que los sueños pueden estar un poco más cerca cuando, en
realidad, es sólo un pequeño escalón en una trayectoria que está repleta de
sufrimiento, de trabajo duro, de esfuerzo sin recompensa ninguna, de fama
frustrada. Sólo es un aprendizaje que, quizá, te haga más duro aunque más
profesional. El talento nunca es suficiente, siempre hay que aportar algo más a
un mundo que es despiadado y arrogante, donde sólo unos pocos llegan a lo más
alto y donde el engaño y la decepción es el amargo trago de todos los días.
Así que Alan Parker nos
introduce en las pruebas de selección y en los tres años de estudios que,
sencillamente, significan muy poco. El deseo de reconocimiento es inherente a
todos los seres humanos y vivir vidas ajenas, bailes impensables, fingimientos
apasionantes resulta tan atrayente como la peor de esas drogas que ensucian las
calles e inundan las existencias de seres mediocres. También hay de esos en la
escuela. El horario es apretado y allí habrá danza e interpretación,
composición, creatividad, pero también Literatura, Biología, Matemáticas,
Geografía. Un artista, cuando lo es, no tiene que saber solamente de su campo
de acción. Tiene que saber dónde investigar, qué elementos destacar, a qué
fuentes acudir, cuáles son las mejores referencias. Se puede innovar, intentar
hacer algo diferente, pero, precisamente, esa es una profesión que nunca
promete nada, que no asegura el éxito en ningún momento y que, además, puede
que no aparezca jamás. Es la inversión en un tiempo irreal, es pisar las
orillas de la fama y, aún así, es tan atractiva, tan apetecible, tan diferente,
tan fantástica que muchos son los que prueban y, es posible, que ninguno lo
consiga.
Esta película quedó en
el olvido cuando, a raíz de ella, apareció una serie de televisión que
explotaba a algunos de sus personajes, permaneciendo en el recuerdo sólo por un
par de temas musicales que fueron muy importantes y sonados en los incipientes
años ochenta. Y, sin embargo, en sus imágenes hay magia, porque es apasionante
acompañar a estos jóvenes que intentan agotar las posibilidades de su talento a
través del estudio. Y se entregan en cuerpo y alma, como si el mañana estuviera
repleto de luces de candilejas y de flashes de fotógrafos. Hay entusiasmo y
júbilo en esa improvisación que hace mover los pies en la cafetería, hay
intimidad en una chica de voz prodigiosa al piano, hay cierto rechazo y algo de
fascinación en ese baile ejecutado con provocación y futuro; hay espectáculo en
una graduación que no es promesa, pero que pone la piel de carne de gallina
porque, en el fondo, nosotros también hubiéramos querido bailar, cantar, actuar
y componer…y no sabemos hacerlo. Lo verdaderamente hipnótico no es el resultado
que siempre es incierto, es el viaje para alcanzarlo. Aunque en el fondo se
esconda la tristeza dispuesta a ahogar todas las esperanzas; o la presencia
temible de esa sensación que conduce a la inutilidad del esfuerzo agotador. Eso
es la fama, la auténtica, la que se trabaja y nunca se tiene. Pónganse los
calentadores en las piernas y exterioricen sus sentimientos en busca de la
mejor interpretación. Quizá, si tienen suerte y lo hacen bien, lleguen a ser
famosos. Y no esperen nada. Al fin y al cabo, la fama también es una devoradora
incansable.
2 comentarios:
Al fin y al cabo...la fama es algo que todos intentamos alcanzar pero no podemos, por eso nos identificamos con ella.
Ah...Luego de esta lectura vale la pena volverla a ver
Gracias por tus palabras. La verdad, la revisé no hace mucho y aguanta admirablemente bien el tiempo transcurrido. Me llevé una sorpresa.
Publicar un comentario