La llamada de la selva
es mucho más fuerte que la propia condición humana. Integrarse entre los seres
normales no es fácil cuando impera el sentido más felino de la vida. Es
necesario esquivar las trampas que te ponen los cazadores e intentar sentir
como lo hacen las personas. Y la oscuridad está ahí, atractiva, única, dando
alaridos salvajes, como si la sangre oliera fuerte y la carne fuera el más
sabroso de los aperitivos. La noche es un beso. La pantera es la noche. Los
celos se disparan. Las fauces se enseñan. Y los ojos…los ojos parecen hablar
por sí solos, gritando por hacerse un sitio en la jungla de asfalto y brujería,
suplicando por una piedad que muy pocos van a entender. Es el sentido místico
de las fieras, que se agudiza cuando sienten que el peligro de sus semejantes
es más brutal que cualquier jauría.
El amor es una fuerza
poderosa que se expresa a través del sexo. Quizá sea ahí, en la intimidad,
donde nos mostramos tal y como somos, con nuestros rugidos de furia, con nuestro
instinto a flor de piel. Y eso permite que nos fuguemos, que no podamos
mirarnos hacia quien realmente queremos ser, tal vez porque hacer el amor sea
el acto más sublime del ser humano…Y el problema está en que algunos no lo son.
La belleza subsiste sea cual sea la carne que la recubre y el viaje por los
sentidos se hace aún más intenso cuando se enseñan los colmillos. La
bestialidad habita en nosotros y el secreto está en saberla controlar.
Paul Schrader quiso
realizar una nueva versión de La mujer
pantera y casi le salió más un homenaje que otra cosa. Contó con la belleza
indiscutible de Nastassja Kinski y la mostró desnuda, en su más terrible
virginidad, tratando de hacer inmortal un amor que siempre estará separado por
las rejas. En los rincones de esta película hay mucha turbiedad porque la
búsqueda de la pasión está siempre sujeta a los latidos del interior, sean
humanos o felinos. Más vale entregarse para recordarnos que siempre tenemos un
lado que nos llama hacia la única verdad que debería guiarnos…y eso las
panteras lo saben muy bien.
Nueva Orleans es ese
lugar donde la selva y la ciudad se confunden y por donde deambulan seres que
no pueden ser realidad más que en nuestros más indómitos sueños. El ambiente de
oscurantismo favorece el surgimiento de esas criaturas, ofrecidas en
sacrificio, que han mutado en espíritus inquietos que nunca encuentran su
lugar. Puede que sea al otro lado de unas rejas, exhibidos como criaturas
lejanas que, sin embargo, se hallan muy cerca. Puede que sea al otro lado de la
cama, hundiéndose en la más entrañable de las experiencias, oliendo la piel del
otro hasta hacerlo irremediablemente suyo. Tal vez porque el amor, el verdadero
amor, jamás hará daño al destinatario de sus caricias y no importa desde dónde.
Todo queda. Todo permanece. Y, al mismo tiempo, todo se va.
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