Ned Merrill se inventa
un río de piscinas. Hacer un último largo para una última aventura. Su vida ha
estado llena de lujos, de fiestas, de copas, de mentiras, de chicas, de
apariencias. Y ahora sólo tiene ese río de piscinas, propiedad de sus vecinos,
que atravesará con la intención de hacer su particular calvario para
encontrarse con la verdad. Y acabará ahí mismo, crucificado en la puerta,
rogando por recuperar lo que tenía e ignorante de la certeza de que no tenía
nada. Sólo lujo, sólo fiestas, sólo copas, sólo chicas. Entre bromas fútiles y
conversaciones ociosas, Ned mendiga amor porque, sencillamente, ya no tiene
nada. Se declara tantas veces como puede y es rechazado una y otra vez. Es como
nadar en las piscinas ajenas. Y, poco a poco, se irá dejando atrás una estela
del hombre que pudo ser y en el que ya no podrá convertirse. Su vida ya no es
nada. En realidad, Ned nada en la nada.
Parece ser que Ned se
arruinó y es posible que parara con sus huesos en la cárcel. Hace tiempo que no
venía por esa urbanización de estúpidos que sólo quieren mantener a toda costa
su posición social para poder despreciar a los que no son como ellos. Al
principio, todo son sonrisas, ganas de ver al viejo amigo, cordialidad e,
incluso, un punto de complicidad. Pero según Ned avanza en su río de cloro y
purificadoras, se va encontrando con la indiferencia, con el desprecio, con el
rechazo, con la inutilidad de todo porque él se ha encargado, bien a
conciencia, de fallar a todos, de decir que mañana llamaría para interesarse,
de expresar un cariño sincero que no era más que una máscara de levedad, de
participar en una farsa en la que él era el actor principal y los demás sólo
una retahíla de secundarios sin demasiadas líneas. Ned Merrill es todo un
fracaso y quizá quiera dar unas últimas brazadas en el agua del éxito.
Y según sigue en su
periplo, Ned empieza a sentir frío, y se lastima un tobillo, y también se hiere
en el corazón. Quiere volver a proteger a alguien. Quiere volver a sentir amor
y que los demás sientan algo bueno hacia él, pero ya ha gastado todo su dinero,
se ha evaporado el encanto de su sonrisa, se ha ahogado en días de vasos llenos
de hielo con brebajes variados, ha dejado que la vida pasara sin llegar a
agarrarla. Ya sólo puede entrar por la puerta de atrás y esperar el final.
Porque nada es verdad, nada merece ya la pena. Es sólo pasto del olvido, del
desprecio y de la lluvia que se le agarra a su piel con sus fauces de agua fría
y de crueldad. Sólo llueve ya para Ned porque está sólo, abandonado, perdido y
total y absolutamente derrotado. Y en su casa, sólo está el silencio para
recordarle el desolador fracaso que lo domina todo.
El
nadador es una película atípica, en la que el espectador
tiene que trabajar duramente para desentrañar las claves de ese devenir por la
corriente que emprende el protagonista, interpretado con majestuosidad por Burt
Lancaster. Y, de alguna manera, se consigue que el espectador también crea que
tiene que nadar por esas piscinas para llegar al corazón de la verdad y de la hipocresía
que intenta tirarnos hacia el fondo. Cojan aire, exhiban su estilo y procuren
no molestar. El río contiene respuestas que, quizás, no queramos conocer.
3 comentarios:
Leo que acorde -hipotéticamente- con el papel Lancaster se puso físicamente en forma. Sin embargo, a la corrupción del diletante que personifica igual le falta una apariencia física acorde, una corrupción igualmente física, un tipo bien entrado en kilos que se "pasea" por las piscinas sin ser plenamente consciente de la poco políticamente correcta "fealdad" que arrastra.
Siendo una idea lo que apuntas, creo que la intención del guión y de la dirección es, precisamente, ofrecer la imagen de un triunfador para, luego, ir destapando sus miserias y corrupciones hasta el final, en el que se descubre que, en realidad, no tiene absolutamente nada. Evidentemente, es sólo una suposición. No lo he leído en ningún lado, y no tengo pruebas de que sea (o no sea) así. En cualquier caso, gracias por la idea.
La vi hace muchos años. Burt un genio, sus ojos tristes, el viento que arrastra las hojas frente a una casa cerrada.
Ahora, en la juventud de mi vejez, percibo con mi propia experiencia, lo que intuí con tristeza cuando sólo era un niño.
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