El éxito es esa droga
que trata de introducirse entre los más débiles y que hace que se pueda
renunciar a la felicidad, a un matrimonio por amor o al sencillo encanto de
dejar pasar el tiempo junto a la mujer que se ama. Y, por lo general, suele
cebarse aún más con aquellos que gozan de una posición privilegiada. Tal vez
porque son los que piensan que nunca es bastante. El éxito devora sin piedad
las entrañas de cualquiera, pero aún más a los que tienen ansias de ganar más
dinero, de subir aún más en la consideración social, de ser más que cualquier
otro. La palabra clave es más. Y nunca es suficiente.
Así que ahí tenemos a
un puñado de gente con mucho dinero que no tiene nada mejor que hacer que
apostarse tras el parapeto de sus ceros y disparar a todos los demás. Y, sin
embargo, la moral sigue ahí, tratando de salvar las balas y llamar con su suave
susurro para que los hombres o mujeres no pierdan su alma. El éxito, maldito
éxito, corrompe la inocencia y pudre el amor con saña. Mirarse en el espejo
equivocado puede llevar a la misma perdición, por mucho que en ese reflejo se
halle tu padre. Nunca es tarde para darse cuenta de la vacuidad de una vida
desperdiciada entre números, entre billetes, entre ambiciones absurdas, entre
ruinas de afecto y un nuevo principio se puede abrir siempre y cuando se
despeje la vista desde la terraza.
Paul Newman hace un
trabajo inmenso en medio de este culebrón que recuerda lejanamente a La ciudad frente a mí, batallando con
todos los diálogos y con la improbable relación que le puede unir con Ina
Balin. Sin embargo, Newman se yergue implacable cuando se convierte en ese
tiburón de Wall Street que desprecia los sentimientos porque eso es lo que cree
que le pide la vida. Como siempre, sin que se pueda descubrir nada nuevo, es un
actor que hace de la contención, un arte; y de la interpretación, un viaje
inolvidable. Más que nada porque enfrente tiene a Joanne Woodward, con la que
pone en juego la alta tensión de una pareja que no se ama, que cae en la
desidia y en el desprecio mutuo y en el que la sexualidad es importante por
omisión.
El derecho a estar
solo, a la renuncia del éxito pagado a un precio muy alto, a conservar la
mirada tranquila después de haber descendido al infierno de la soledad más
violenta resulta todo un viaje personal de descubrimiento para el protagonista.
Nuevamente el éxito es sólo un concepto que depende de cada uno. Quizá puede
que sea la seguridad de una cuenta corriente engordada hasta el límite aún a
costa de que no haya nada más allá de eso. Para otros, puede que se reduzca a
vivir tranquilo en algún sitio apartado, viendo realmente la vida, disfrutando
la sencillez, con la seguridad de que el resto del mundo no va a exigir nada
por tener ese tipo de éxito. Es sólo una cuestión de felicidad. Y los que
persiguen casas lujosas, coches exclusivos y pianos de cola en el salón se han
olvidado ya de lo que significa todo eso.
4 comentarios:
Caray...¿Esto es una reseña de película o una REFLEXIÓN PROFUNDA?...¿como no animarse a verla luego de un texto como este?
Bueno, quizá sea ambas cosas. Si te ha picado la curiosidad después de leer el texto, misión cumplida, no hay mejor elogio. Gracias, Alí.
Tengo costumbre desde que me encontré con su blog, de leer la reseña correspondiente a la película que acabo de visionar y ésta es la segunda vez que me atrevo a felicitarle. Muy atinada y notable su reflexión propiciada por esta Joya.
Muchas gracias por tus palabras y perdona por la tardanza vacacional. De vez en cuando, ni mucho menos siempre, se da con la tecla. Me alegro de que coincidas y de que te haya gustado.
Un saludo.
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