viernes, 27 de noviembre de 2020

EUROPA, EUROPA (1990), de Agnieszka Holland

 

Las circunstancias de la vida escriben, de vez en cuando, un mal chiste. Un chico judío ingresando en las Juventudes Hitlerianas. Sí, se les coló por la puerta de atrás. Y lo peor de todo es que era un muchacho con el instinto de supervivencia en estado de alerta. Lo que más le preocupaba era un pequeño detalle sin importancia. Casi insignificante. Su prepucio. No podía ducharse con los demás porque podían darse cuenta de que estaba circuncidado. No es lo peor, no. Lo más sangrante es que el chico llegó a la edad de convertirse en hombre y se moría de ganas de hacer el amor con una chica que, naturalmente, también era nazi convencida. Pues nada, a hacerse el timorato y el impotente. Y a seguir un día más. Siendo judío es toda una heroicidad.

La Historia va a hacer todo lo posible para caer sobre el chico. Al fin y al cabo, no tuvo ninguna piedad cuando, después de los nazis, vinieron los rusos. Así que cambiar el papel de uno a otro tuvo que ser también complicado. Y no supo muy bien cuál era peor. Salomon, Sally, se vio obligado a mimetizarse con el entorno de nuevo. Y fue adoctrinado en la superioridad aria y en el populismo soviético. No pudieron con él. Desde siempre tuvo claro lo que era y en lo que creía aunque, naturalmente, en su juvenil ímpetu se presentó la confusión más de una vez. Los uniformes, las parafernalias, los gritos, los fanatismos, la propaganda en las clases, la problemática racial…La verdad es que eso, a Sally, le traía bastante sin cuidado. Él sólo quería sobrevivir. Y si para ello tenía que sufrir con el prepucio, pues lo hacía. Incluso intenta una solución casera que resulta ser un auténtico desastre. Casi no hay lugar para las lágrimas. Sally sigue luchando. Y nunca baja los brazos.

La película alemana más taquillera de todos los tiempos, dirigida por esa realizadora que siempre ha guardado cariño por la mirada infantil, Agnieszka Holland, resulta ser una comedia de tintes negros y verdades increíbles. La historia de Salomon Perel es sincera y auténtica, surrealista y divertida, porque se instala en la mente esa idea de que el prepucio delata y los apuros para esconderlo y conservarlo son toda una aventura del físico y un muestrario de ingenio. Cabe destacar también la espléndida interpretación de Marco Hofschneider en la piel de Sally, perplejo ante la barbaridad que le rodea y que parece incólume a la razón que sí habita en su interior, capaz de reírse del saludo nazi delante del espejo y de pasar humillaciones en cuanto a su hombría con tal de seguir vivo. Una excelente película que se debería volver a rescatar.

Y es que Europa…Europa siempre ha sido el campo de batalla favorito para los irracionales y los intolerantes. Por eso es tan importante un cierto sentimiento de unión. Para evitar que los prepucios delaten orígenes y que no haya nunca más un niño que tenga que esconderlo por afán de sobrevivir. Parece un chiste, sí. Pero no lo es.

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