jueves, 7 de abril de 2022

CANALLAS (2022), de Daniel Guzmán

 

Pringados hay en todas partes. Aunque quieran pasar por canallas listos de rondón. Y hay algunos que lo son toda la vida. Pringados y canallas. Así que hay que atarse los machos para tragar con estos tipos que pretenden timar allí por donde pasan mientras malviven al día. Es lo único que queda cuando la realidad acaba por ser tan fea que no merece ni una sonrisa. Criadillas e ingenio. Y todo lo que quieras por ti, prenda.

Ahí tenemos a los tres interfectos. Uno de ellos es el marronáceo, el que se come todos los embarques, al que le gusta presumir cuando apenas es un insecto. Tiene su gracia porque pierde aunque intente ganar y se estrella tanto que tiene los piños como un portal con dos sillas. Y en cuanto tiene guita, le vuela como las gaviotas. Además, el tío no se corta un pelo, nunca mejor dicho porque no tiene ni uno en la cabeza, y aconseja a su hija que no estudie, que eso no sirve para nada, que es mucho mejor entrenar con un yo-yo que, como todo el mundo sabe, es una carrera de futuro. Otro es el enteradillo, el que tiene recursos y no todos buenos. Se esconde detrás de una cierta agudeza lingüística de barrio desconchado. Y pica de aquí y de allá. Como una urraca que intenta robar todo lo que brilla. Por algo le llaman Brujo. El tercero es el sereno, el más asentado, la voz de la razón y quien suele poner el punto final a las discusiones. Tiene su gracia el fulano porque se ríe a la mínima y lo toma todo por la máxima. El caso es que quiere tener algo más de anchura para poder disfrutar de su pensión y de su tranquilidad. Y el tipo no aprende que, con sus dos compañeros, no va a tener calma ni para el alma.

Daniel Guzmán intenta mezclar la comedia con el realismo y sale una película algo atropellada en algún momento, con algún pico brillante y con cierta tendencia a centrarse más en los detalles que en lo que verdaderamente importa. A su lado, Luis Tosar, efectivo y divertido, y, sobre todo, Joaquín González en la piel curtida de ese timador de traje y corbata que se ve envuelto en plásticos para un tratamiento exfoliante. También hay que destacar el desparpajo en los diálogos de Víctor Ruiz en el papel de Jacinto, el anciano conquistador que sabe más que los taxistas y que se conquista a la más pintona de las abuelas, porque él es un hombre serio que conoce la calle como las rayas de la mano y se pone casco para pasar como un relámpago con su moto por las calzadas rotas de suerte. El resultado es una película ligera, divertida en algunos pasajes, estrambótica en otros, italiana de vocación y española por convicción. Un pasatiempo de canallas de piel de camiseta y maletín falso que abusa del grito, de la discusión y que acaba con autoridad en un enredo de cierta gracia.

Así que habrá que echarse mano a la cartera por si acaso ha desplegado sus alas y se va de excursión con las tonterías de tres pícaros de siglo moderno que arrastran su desgracia al mismo tiempo que su bajo ingenio. Las ventanas de los edificios de los suburbios les mirarán atónitos, tratando de encontrar algún rayo de esperanza en perdedores de vocación y liantes por devoción que intentan sacar la cabeza de la arena mientras unos y otros quieren cobrar las deudas de rastro baboso que van dejando con cierto aroma de circo de tres pistas. Mientras tanto, las mentiras se sucederán, el chanchullo tomará forma de vida y el siguiente giro podrá ser la curva más peligrosa. Perder es la consigna. Sólo los más avispados sobrevivirán. Hitler echará una mano enseñando sus dientes para completar un último golpe. Ese mismo que lleva hasta la cima de un rascacielos. 

5 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

Me gusta Daniel Guzmán, me cae bien. Es de barrio, como yo. De hecho es de mi barrio, de Aluche, aunque él fuera de los pintas con los que más valía no encontrarse. Y me gusta que haga cine, aunque no haya visto hasta ahora ninguna de sus pelis como director.

Pero una de las cosas que mas me gusta es su sentido del humor, su camaradería, su forma de ser tan de colega (eso se mama en el barrio). Y su forma directa de hacer promoción. "Hay que ir al cine porque se tarda mas rato con el mando a distancia buscando que ver en las plataformas que yendo al cine disfrutando de la peli y tomándote luego una cerveza con los amigos". "Hay que recuperar eso de quedar con los amigos para ir al cine" ...

Un romántico como todos los de Aluche.

Abrazos de amiguete

dexterzgz dijo...

Pues yo sí vi la primera, "A cambio de nada" y me sorprendió bastante este giro hacia la comedia algo más gruesa (al menos eso es lo que se desprende al ver el trailer).

Por cierto nunca me gustó ir al cine con amigos. Siempre me tocaba ir a ver la comercialada de turno. Perdón por la gafapastada, será que no soy de barrio, nadie es perfecto.

Abrazos de arte y ensayo

César Bardés dijo...

Aquí hay mucho de comedia gruesa y, tal vez, toca un poquito las narices con una película que es (y pide) descaradamente ser una comedia y se pone en plan neorrealismo italiano. Eso sí, tiene personajes extraordinarios, como ese viejo que habla como un chulo de Arniches y que todo su afán es ligar con sus ochenta y pico.
Se le ve a Guzmán una tendencia algo descarada en hacer ese cine tan de barrio, y voy a decirlo. Es una pena porque esta comedia, aún hablando de perdedores y de tíos que están más tirados que una cuneta, podría ser algo de altura y se queda en algo barriobajera. Para entendernos. Es como si "Perros callejeros" fuera una comedia. Y no encaja del todo, aunque, sí, tenga momentos brillantes e ideas buenas.
En cuanto al colegueo...bueno, yo he sido chaval de barrio también (Barrio de la Concepción) y, sin embargo, no era de mucho colegueo porque era el rarito. Curiosamente, era el tipo ése que va al cine, y al teatro, y a jugar a los bolos de vez en cuando y que, cuando le da, escribe algo que tenía cierta gracia. Me miraban con cierto escepticismo (y hoy en día, no sabéis el valor que me doy a mi mismo de haber permanecido en mi postura y no haberme integrado en la corriente mayoritaria) y acudían a mí, los muy cabrones, cuando había que hacer una redacción en Lengua. Recuerdo haber escrito cuentos realmente buenos para ellos.
Sí, me cansaba ir al parque y ponerme de litronas hasta las cejas. Yo era ése,ése que hay en todas las pandillas, en las que decía "me voy al cine...se viene alguien?". A veces, conseguía que me acompañaran uno o dos incautos, pero muchas, muchas veces me iba yo solo mientras ellos se cogían la agarrada de cerveza y algo más. Cabrón de rarito.
Abrazos de arrabal.

CARPET_WALLY dijo...

Jajaja, en el Barrio de la Concepción había mucho niño pera (pijitos de entonces) aunque hubiese también alguno menos estirado. En Aluche, suburbio de gente trabajadora (lo de la clase media ni se olía hasta los 90 por lo menos) era mucho más de calle.
Calle y cine, eso si. Todos mis amigos y amigas íbamos al cine en manada, aunque nos tocara casi siempre una comercialada, pero las comercialadas de los 70 y 80 eran otra cosa; Spielberg, Dante, Donner, Lucas, Walter Hill, Eastwood...incluso Woody Allen. Qué cosas. También íbamos a ver algunas de tetas y culos, que para eso estábamos hormonados de forma natural. Incluso a propuesta del cinéfilo del grupo, yo mismo, una de un tal Ridley Scott que iba de naves en llamas más allá de Orión.
Y si, también alguna cerveza en los bancos del parque, pero mucho más en un bar de barrio, donde entrabas a las 5 de la tarde te pedias una cerveza y te ibas a las 10 de la noche dando el ultimo trago al mismo vaso (economía de subsistencia).

Guzmán viviría eso y ahí se quedó, en las risas que nos pasamos con más pena que gloria. No es neorrealismo italiano es pura adaptación en un tiempo entre tiempos, postfranquismo y predemocracia, desarrollismo y prelibertad, crecimiento y adaptación...

No obstante es posible, de hecho seguro que es así, que la película no llegue a alcanzar lo que podría haber sido si estuviera mejor matizada.

En mi barrio no te hubiéramos considerado rarito Bardés...aunque lo de los bolos....

Abrazos callejeros

César Bardés dijo...

Me río porque, poniéndome en aquellos años, seguro que te hubiera dicho algo así como "lo de los niños pera no me lo dices tú a la cara, gilipollas". Sí, había pijitos (yo iba a un colegio de pijitos aunque, mira, fue la cuna del GRAPO), pero también había mucho arrastrado, que el mítico Banano pululaba por allí, con su hermanito pequeño, el Barna.
Y sí éramos de calle, pero quizá teníamos una virtud que ahora mismo está en desuso. Hacíamos muchas cosas. Éramos capaces de montar una fiesta en casa de alguien, o que el loco del cine de turno organizara proyecciones poniendo veinte duros cada uno con película física, o que nos apuntáramos al torneo de fútbol-sala municipal para hacer un equipillo que funcionaba más o menos bien, o que dos o tres de nosotros nos pusiéramos en algún equipo federado de fútbol once para irnos de cañas con los compañeros y a cuenta del presupuesto del equipo, o alguna sesión de cine (sí, "Flashdance", dieciocho entradas, muchas gracias). Por supuesto, también tenía al colega que sí le gustaba el cine y que accedía con gusto a venir conmigo en la mayoría de las ocasiones y menudas colas me tragaba en el cine Pompeya para ver a Allen.
Sí, también teníamos Bar, el Alonso, y hacíamos eso mismo mientras nos apetecía una partidita de mus. Si había chicas, se guardaban las cartas, claro.
Es que claro, el neorrealismo italiano se desarrolla precisamente en un contexto parecido, Un tiempo entre tiempos, con su post fascismo, su predemocracia, su desarrollismo y su prelibertad en una época que era vivencialmente confusa. Por eso lo veo muy parecido.
Sí, sí, hubiera seguido siendo el rarito. Ese tipo que, incluso, era capaz de irse a ver una película en versión original subtitulada si la ocasión lo requería. El tonto que se levantaba a las siete de la mañana para ponerse en la cola para sacar las entradas para ver "E.T." en el Palafox, el idiota que se iba a gallinero en teatro porque había oído hablar de un tal Neil Simon, o de un cual Arthur Miller. Sí, ese mismo que, cuando le entraba la vena melancólica, se cogía una mesa en la Cruz Blanca y se ponía a escribir versos atormentados con una pinta de negra.
Abrazos aperreados.