martes, 7 de junio de 2022

EVITA (1996), de Alan Parker

 

“¡Oh, qué gran circo! ¡oh, qué gran show! Argentina, ¡qué conmoción por una actriz que se ha muerto y es Eva Perón!”.

Al fin y al cabo, la alta política es un enorme escenario en donde se fingen discursos apasionados que jamás serán realidad, se prometen quimeras que sólo serán bonitas para oír, pero nunca de ver porque tienen el don de la invisibilidad. Eva Perón ha muerto y el argentino medio, el que sólo está allí como espectador, absorbiendo detalles, acaparando razones, tiene la oportunidad de deslizar su crítica porque no es oro todo lo que reluce y, sin embargo, todo lo que reluce es oro.

“El pueblo loco grita de pena un luto sin fin, mil plegarias el cielo oirá. Todos quieren morir”.

Porque el dolor hay que demostrarlo, hay que gritar al cielo que lo impensable ha ocurrido y la que fue novia de todos ha sido llamada al lado del Altísimo. Nada volverá a ser igual en Argentina e, incluso, en el mundo, aunque la plata se movió con gusto de aquí y de allá para comenzar planes de caridad aparentes. Nadie pudo demostrar que hubo cuenta alguna a nombre de Eva Perón, pero los gritos desaforados, de profunda preocupación por sus descamisados, por la gente más pobre, llegaba a todas partes con furia sin reglas. No había donantes espontáneos mientras todos estaban a sus pies. Toda estrella joven sufre igual y Eva Perón fue la más fulgurante de todas ellas.

¡Oh, qué gran mutis se preparó!”

Y Alan Parker adaptó el musical de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice con inteligencia, eliminado al personaje del Che, poco más que un narrador anacrónico porque, mientras Eva Perón se mantenía en el poder, Ernesto Guevara sólo era un estudiante de medicina de Buenos Aires, e inventó al hombre de la calle, al que opinaba y callaba, al que creía y meditaba, al que asistía, atónito, a los más grandes funerales mientras rogaba al cielo que Argentina saliera de su ensimismamiento. Enorme el trabajo de Antonio Banderas que, incluso, supera al de Madonna que, no obstante, hace un gran esfuerzo vocal al cantar en tesituras que no son suyas. Sin embargo, Banderas actúa y canta, se entrega y muere en su papel en una película que, quizá, no haya sido demasiado reconocida. También es verdad que eso suele pasar cuando se viene de montajes teatrales espectaculares que traducen lenguajes distintos a los mismos espectadores.

Así que siempre hay que desconfiar de aquel que, tras un micrófono, se dirige demasiado a ti mismo. En sus palabras, siempre, sin excepción, hay engaño. Sus palabras, más allá de estrofas de canciones, no significan absolutamente nada y nadie de los que están allí arriba se preocupa lo más mínimo de los que están aquí abajo. Sólo desean subyugar, timar, envolver de oro la paja más inmunda. Es lo que hay bajo el cielo del arrabal, es lo que hay en el brillo de un arco iris que termina decolorándose. Cualquier truco vale en política. Incluso valerse de la belleza que puede esconder un rostro bonito que dice mentiras bonitas para ojos desgraciados.

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