viernes, 17 de junio de 2022

AL FILO DE LA SOSPECHA (1985), de Richard Marquand

Es fácil caer presa del encanto. El tipo parece inocente, se comporta como si fuera inocente y, además, no está todo el tiempo diciendo que es inocente. Han asesinado a su mujer y parece que le duele y eso suele ser una prueba definitiva. La suficiente como para hacer que una abogada de la categoría de Teddy Barnes decida volver a ejercer como litigante en un proceso penal. La experiencia en el despacho del fiscal fue demasiado dura porque Teddy lidia mal contra los intereses políticos y ya no cree mucho en la justicia imparcial. Sabe que hay mucho más si el caso tiene algo de publicidad y, en este caso, la hay porque el individuo va a heredar toda una fortuna. Y, por si fuera poco, el fulano se ha dedicado a trabajar de firme a pesar de tener la vida resuelta con una firma de su mujer. No, son demasiados elementos como para pensar que ese guapo millonario sea culpable.

Teddy hará todo lo posible para librarlo de la cárcel. No puede permitir que el fiscal, de nuevo, se salga con la suya para salir en todos los titulares de los periódicos y preparar su próxima campaña para gobernador, senador, congresista o presidente. En cualquier caso, es alguien que no se va a parar porque ella, una experta litigante que le conoce bien, sea su defensora. Los trucos no van a faltar y ella se los sabe todos. Por eso, en el fiscal, hay una pequeña sombra de miedo. Es posible que Teddy le arruine el negocio.

En su día, esta película fue un tremendo éxito que aceleró la carrera de Glenn Close y de Jeff Bridges. Con un guión de Joe Eszterhas algunos años antes que Instinto básico, Richard Marquand articula un sólido thriller algo gastado con los años, con reminiscencias de Hitchcock y de la realización televisiva y con el deseo de que la audiencia quedara enganchada con las múltiples trampas de la historia. El resultado es básico, pero agradable, es instintivo, pero preciso. Es suficiente como para mantenerse en todo momento al mismo filo de la sospecha.

Y es que la justicia puede ser ciega, pero también tiene sentimientos. Las pruebas circunstanciales apuntan a algo más y es necesario descender hasta el mismo fondo de la verdad para descubrir qué es lo que hay detrás de la máscara. Puede que todo sea obra de un despistado cuidador de taquillas, o que, al fin y al cabo, haya un agresor suelto por ahí, esperando detrás de la puerta de la cocina de mujeres de cierto dinero para desahogar su rabia. Los testimonios deberán ser desmontados y las pruebas, puestas al descubierto. No hay que olvidar que nunca se puede juzgar a la ligera y que el derecho penal está lleno de recovecos oscuros en el que se agazapan los más fríos asesinos. Nadie se saldrá con la suya. Esta vez, no. El veredicto será dictado. La sentencia será inapelable. Y la noche esconderá los verdaderos rostros. Sin piedad. Sin más.


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