Es fácil caer presa del
encanto. El tipo parece inocente, se comporta como si fuera inocente y, además,
no está todo el tiempo diciendo que es inocente. Han asesinado a su mujer y
parece que le duele y eso suele ser una prueba definitiva. La suficiente como
para hacer que una abogada de la categoría de Teddy Barnes decida volver a
ejercer como litigante en un proceso penal. La experiencia en el despacho del
fiscal fue demasiado dura porque Teddy lidia mal contra los intereses políticos
y ya no cree mucho en la justicia imparcial. Sabe que hay mucho más si el caso
tiene algo de publicidad y, en este caso, la hay porque el individuo va a
heredar toda una fortuna. Y, por si fuera poco, el fulano se ha dedicado a
trabajar de firme a pesar de tener la vida resuelta con una firma de su mujer.
No, son demasiados elementos como para pensar que ese guapo millonario sea
culpable.
Teddy hará todo lo
posible para librarlo de la cárcel. No puede permitir que el fiscal, de nuevo,
se salga con la suya para salir en todos los titulares de los periódicos y
preparar su próxima campaña para gobernador, senador, congresista o presidente.
En cualquier caso, es alguien que no se va a parar porque ella, una experta
litigante que le conoce bien, sea su defensora. Los trucos no van a faltar y
ella se los sabe todos. Por eso, en el fiscal, hay una pequeña sombra de miedo.
Es posible que Teddy le arruine el negocio.
En su día, esta
película fue un tremendo éxito que aceleró la carrera de Glenn Close y de Jeff
Bridges. Con un guión de Joe Eszterhas algunos años antes que Instinto básico, Richard Marquand
articula un sólido thriller algo
gastado con los años, con reminiscencias de Hitchcock y de la realización
televisiva y con el deseo de que la audiencia quedara enganchada con las
múltiples trampas de la historia. El resultado es básico, pero agradable, es
instintivo, pero preciso. Es suficiente como para mantenerse en todo momento al
mismo filo de la sospecha.
Y es que la justicia
puede ser ciega, pero también tiene sentimientos. Las pruebas circunstanciales
apuntan a algo más y es necesario descender hasta el mismo fondo de la verdad
para descubrir qué es lo que hay detrás de la máscara. Puede que todo sea obra
de un despistado cuidador de taquillas, o que, al fin y al cabo, haya un
agresor suelto por ahí, esperando detrás de la puerta de la cocina de mujeres
de cierto dinero para desahogar su rabia. Los testimonios deberán ser
desmontados y las pruebas, puestas al descubierto. No hay que olvidar que nunca
se puede juzgar a la ligera y que el derecho penal está lleno de recovecos
oscuros en el que se agazapan los más fríos asesinos. Nadie se saldrá con la
suya. Esta vez, no. El veredicto será dictado. La sentencia será inapelable. Y
la noche esconderá los verdaderos rostros. Sin piedad. Sin más.
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