El plan es muy
sencillo. Se trata de hacer un atraco entre caballeros. Los compinches son la
flor y nata de lo peor de la oficialidad británica en la guerra. Todos ellos
cometieron algún resbalón en el ejercicio de su mando y han sido defenestrados
y, lo que es aún peor, olvidados. Se les ha condenado a vivir con mediocridad,
alienados por sus mujeres, despreciados en esa rutina diaria a la que, a veces,
se entrega el matrimonio, sin éxito, sin reconocimiento. Así que, cuando ese
misterioso coronel les ofrece un golpe que requiere de una perfecta
coordinación militar, no lo dudan. Sólo quieren saber el cómo y llevarse su
parte. Todo está planeado como si fuera un objetivo en plena batalla, sin
fisuras posibles, llevando el cronómetro con la hora exacta, con el segundo
preciso. Se trata de estar en el momento adecuado y en el sitio indicado.
Como no podía ser
menos, el reclutamiento para la operación pasa por una minuciosa y extensa
inspección por las habilidades y antecedentes de los miembros del equipo. La
menor graduación posible es la de Teniente porque todos, a pesar de los
pesares, tienen honor castrense y están dispuestos a seguir las órdenes de sus
superiores. No importa si el enemigo es un alemán o unos guardias fuertemente
armados y prevenidos del Banco de Inglaterra. El plan está sobre la mesa. Se
construyen maquetas y se dibujan los croquis. No puede fallar.
Puede que el elemento
que no se ha tenido en cuenta es lo único que… pero no, no puede ser. Es
imposible. Es demasiado simple para ser verdad. Demasiado infantil. Es como si
paseas por la calle y te cae una maceta en la cabeza. El Coronel Hyde, jefe de
la operación, lo tiene todo milimétricamente calculado. No hay error posible.
No deja de ser curiosa
la idea de partida de este atraco perfecto en pleno Londres. Esta vez no
estamos ante una pandilla de granujas descarriados, sino ante una auténtica
liga de caballeros aburridos y ofendidos que deciden ponerse en marcha para
iniciar una vida que creen merecer. También es muy interesante la relación que
se establece entre el Coronel Hyde, interpretado con solvencia, como siempre,
por Jack Hawkins, y el Comandante Race, segundo al mando, que asume el rostro
ambiguo e interesante de Nigel Patrick. Por allí acompañan rostros muy
conocidos como los de Richard Attenborough o Roger Livesey, dando textura a la
trama en la que no falta el nerviosismo en una resolución que no deja de ser
original aunque, quizá, algo corta. Detrás de las cámaras, Basil Dearden, que
años después se haría cargo de Kartum,
con Charlton Heston y Laurence Olivier, demostrando oficio y una tremenda
sobriedad. Casi se podría decir que Dearden hace suyos los principios militares
de simpleza, concisión, claridad y disciplina.
Así que traten de ver algo a través del humo y consigan su caja. El Banco de Inglaterra va a ser asaltado por unos cuantos hombres de probada educación e impecable comportamiento. Eso, al fin y al cabo, no es obstáculo ninguno para comportarse como un ladrón en condiciones. A sus órdenes, caballeros.
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