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Túmbate.
-.
¿Boca arriba o qué?
-.
Con el qué hacia arriba.
Y es que Pat tiene un
enorme problema para poder practicar deporte de forma profesional. No soporta
las miradas de Collier, su novio. No es que no sea agradable. Es que,
sencillamente, ella intuye que no hay confianza en esa mirada. No hay confianza
plena, excepcional, incondicional. Parece como si, de alguna manera, Collier la
censurara por intentar destacar en algo que a ella le encanta como el deporte
y, por otro, la conminara a triunfar porque así podrá presumir delante de todas
sus amistades. Pat es una maravillosa tenista y una golfista aún mejor. Pero se
deshace en nervios e imprecisiones cuando Collier está delante. Necesita a un
hombre de verdad, que confíe en ella hasta el último instante, con el que
mantenga una relación de complicidad, que sea la mitad que ella deja fuera de
la cancha o del green. Ya se sabe.
Alguien a quien se le pueda deber todo, a quien ella pertenezca y que la
mantenga muy lejos de la alcantarilla como vivienda usual.
Lástima que ese tipo
sea alguien como Mike. Un jugador de ventaja, que no duda en llegar a acuerdos
con gente de muy baja calaña para mantener su deseo de lanzar a un boxeador
hacia el campeonato del mundo de los pesos pesados, de maravillar a todos con
una deportista de alto calibre y de emocionar a medio hipódromo con una yegua
pura sangre. Sueños sencillos que demandan mucha dedicación. Mike está
dispuesto a llegar hasta el final con los tres, sin trampas, sin tongos, sin
engaños. Pat no se lo merece y él lo sabe. Ya la tentó y no dio resultado.
Aquí, juego limpio. Y si no, un swing
y hoyo en uno.
George Cukor pone en
juego su maestría para esta comedia deportiva con Spencer Tracy y Katharine
Hepburn traspasando toda la pantalla con su química comprobada. En realidad, la
historia es algo corta y simple, sin complicaciones, pero ellos llenan todos
los huecos con su ritmo, con su experiencia en la comedia, con chistes y
réplicas ingeniosas y con el qué hacia arriba. Punto, set y partido para ellos.
Eran insuperables.
Bien es cierto que el
final resulta precipitado e, incluso, inesperado por la premura y que no hay
demasiado desarrollo del resto de personajes, trazados con líneas gruesas y muy
básicas (por ahí aparece un jovencísimo Charles Bronson), pero la película se
deja ver con agrado, con una auténtica exhibición de las habilidades deportivas
de Kate Hepburn y con un par de toneladas de clase para una trama bien simple.
Así que es la hora de vestir de corto, coger un hierro tres, e intentar salir del búnker con un golpe maestro a través de unos rostros inolvidables y lo que, durante mucho tiempo, se llamó “saber estar”. Sólo hay que coger el papel de espectador y sentarse a ver el espectáculo que ofrecen dos intérpretes de leyenda, cómplices, maravillosos, insuperables, verdaderos y conscientes. El resto es el silencio del juego.
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