Martin Behrens es un
experto en Oriente Medio que tiene la vida medio desflecada. Se ocupa de
recoger información para los servicios secretos a través de la entrada de
inmigrantes y apenas tiene tiempo para dedicárselo a su hija. El divorcio está
aún reciente y está enamorado de una periodista con la que vive una apasionada
historia de amor en una cabaña al borde de un lago alemán. Sin embargo, un día
todo se desmanda aún más. Su amante muere en un ataque terrorista y él sospecha
que no es casualidad. Algo hay detrás de ese supuesto asalto de guerrilleros a
una cafetería del centro de Berlín. De repente, deja de tener la confianza de
sus jefes y comienza una campaña de descrédito contra él. Sólo la verdad puede
salvarle. Y no está muy seguro de que le vaya a gustar.
Detrás del entramado de
espionaje y de intereses, Behrens descubre demasiadas cosas incómodas. La
conveniencia de algunos gobiernos con la desestabilización que producen los
atentados, la intromisión de multinacionales que están deseando acaparar cuotas
de mercado de armas, la sorprendente implicación de gente que, en teoría, goza
de toda su confianza… En cualquier caso, Behrens es testarudo, a pesar de que
la conspiración avanza contra él, y sigue en la brecha a pesar de todo. Trata
de averiguarlo todo porque sólo así podrá cambiarlo todo. Y, entre otras cosas,
conseguirá que alguien que está desde el principio contra él comience a estar
con él. Y eso es algo que no es nada fácil en el ambiente de desconfianza y de
escepticismo que reina en los servicios secretos europeos.
Notable película
alemana dirigida por Philipp Leinemann que, aunque se deslavaza en algún
pasaje, consigue mantener el interés dentro de una trama que podría haber
pergeñado el mismo John Le Carré. En el reparto, más que el protagonista Ronald
Zehrens en el papel del analista Martin Behrens, brilla con luz propia ese
burócrata que asume el mando interpretado por Alexander Fehling, uno de los
rostros más interesantes del cine alemán contemporáneo, capaz de esconderse
detrás del gris de un puesto que considera rutinario para evolucionar, poco a
poco, a la creencia de la teoría de la conspiración y al convencimiento de que
hay demasiados intereses alrededor de algo tan extraordinariamente despreciable
como es el terrorismo.
Así que es la hora de extender la alerta y tratar de agarrar las frases de doble y triple sentido. Los ataques con aviones no pilotados pueden ser la espita que prenda la mecha y se produzca una inesperada reacción en cadena en la que se crea y se mueve una unidad que sólo mira por el dinero y el enriquecimiento de los que están a la sombra. Los malvados seguirán disparando balas indiscriminadamente, poniendo bombas sin pensar en los daños, haciendo correr la sangre de gente que sólo quiere vivir y que, por sí misma, no tiene ninguna culpa. Y lo más vergonzante es que parte de todo eso está auspiciado desde el mismo corazón de Europa, como si todos estuviéramos inmersos en una emboscada mortal de la que será imposible salir.
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