martes, 21 de junio de 2022

PAL JOEY (1957), de George Sidney

 

Joey es uno de esos, ya sabes. Con su sonrisa tiene a medio mundo ganado. Canta algo en un garito, hace un par de bromas en un antro y tiene a todos bailando en su bolsillo. Es un jugador de ventaja, un tipo de esos que no se toma nada en serio, ni siquiera a sí mismo. Es carne de club, viajante de humo y listo de focos. Cuando, en una actuación bien pagada, conoce a Vera Simpson, sabe que ha encontrado a un alma gemela. Ella es la típica corista que ascendió de posición a base de insistir en la horizontal. Por aquellas cosas que ocurren, ya es viuda, y, claro, tiene dinero. Pero viene exactamente del mismo arroyo del que ha salido Joey. Y ella no se lo va a pensar dos veces para comprarse al guapo, interesante, simpático y algo gañán cantante de club. Son de la misma raza y los perros deben aparearse con los suyos.

Sin embargo, en algún lugar del interior de Joey hay un atisbo de honestidad, o de humildad, o de sentimiento que se puede llamar de cualquier manera, pero que es positivo. También ha conocido a otra chica, otra simple corista y quiere evitar que, con el tiempo, sea como Vera. Por eso, cuando Joey consigue el mando bajo el cheque y los ceros de Vera, no va a dejar que la chica se precipite por el barranco y se pierda en los desiertos de humo y babas de los clubs más bajos de la ciudad, porque ese es el futuro que la espera. Joey tiene corazón. Y Vera va a herirlo con premeditación.

Este fue el musical que hizo famoso a Gene Kelly a principios de los años cuarenta en las tablas de Broadway. Durante muchos años, se quiso hacer una adaptación al cine y, cuando estuvo todo listo, Kelly rechazó el papel y fue a parar a Frank Sinatra. Por supuesto, se suprimieron los bailes y se conservaron las maravillosas canciones de Lorenz Hart y Richard Rodgers. Entre ellas Bewitched, o la genial The lady is a tramp, o la mítica My funny Valentine, o la divertida Zip, que, no se puede negar, son el principal atractivo de esta historia de descenso a los infiernos y lenta escalada de un bribón que sueña con dirigir un local y, cuando lo consigue, renuncia a todo por amor, por compasión y porque es lo correcto. Sinatra realiza una interpretación convincente, con poco esfuerzo, pero adecuada. Rita Hayworth demuestra, una vez más, que en la madurez podría haber sido una actriz a tener muy en cuenta, y Kim Novak pasea su rostro de hielo, con el error de mostrar sus piernas y, dentro del registro de la buena chica, intentar pasear por el abismo sin rubor. Dirige George Sidney con más oficio que precisión y, sin duda, no es de sus títulos más recordados, pero no deja de ser una película que hay que tener en cuenta.

Es el momento en el que la orquesta afina sus instrumentos y comienza a pasearse por el borde del jazz. Una voz inolvidable nos dirá que estamos hechizados o que podría escribir un libro en un hotel pequeño. Da igual. No nos llevará a ninguna parte porque Joey es así. Es el tipo que está lleno de promesas y no cumple ninguna.

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