Salir a la luz de nuevo
vuelve a ser un parto de dolor. Enterrado en el negro silencio, un asesino
profesional viaja de Cleveland a Nueva York para hacer un encargo más.
Meticuloso, frío, enigmático, recibe las instrucciones y, en plena Navidad,
sigue a su potencial víctima para estudiar sus movimientos. No quiere dejar
nada al azar, pero tampoco es insistente. Sabe que si le descubren se acabará
todo. Nueva York se hunde en su blanco negro de Manhattan y el tipo deambula
por sus calles, tratando de pasar todo lo desapercibido que puede. Toma grandes
precauciones, pero el destino, ya se sabe, suele disparar también sin preaviso.
Un antiguo compañero en un bar. El pasado se presenta de repente. Aquellos días
de orfanato. Aquellas carreras arrastrando la nariz por los suelos. Aquel
sentimiento de desamparo, de abandono, sólo roto por una chica que, por
casualidad, es la hermana de ese antiguo compañero. Sí, parece que el destino
quiere una última jugarreta. El tipo pasará la Nochebuena con ellos y, al día
siguiente, también habrá una Navidad en las cercanías de la chica.
Sin embargo, la gran
ciudad esconde demasiadas trampas y muchos tipos de bajos fondos que querrán
sacar algo de tajada cuando suman que dos y dos son cuatro. El asesino tendrá
que ponerse al descubierto y eso es muy poco profesional. Sería mejor abandonar
el encargo, pero esos tipos que le han contratado no aceptan un no por
respuesta. Tendrá que seguir hasta el final o si no deberá asumir las
consecuencias. No hay salida, como en aquel orfanato de la infancia. Hará su
trabajo y no hay más que hablar. Decidirá sobre el destino de un hombre al que
no había visto nunca. Como si fuera Dios. Dominando la mirada desde las azoteas
de los edificios, tratando de escapar de las miradas curiosas de testigos
casuales. Todo estará calculado al milímetro. El arma, el silenciador, el
lugar, el momento…e, incluso, en un último giro para retorcer el carácter, la
espoleta de rabia para que, con un rostro lleno de frialdad, no haya vacilación
a la hora de apretar el gatillo. Sólo queda cobrar. Sólo queda volver a la
oscuridad.
El negro silencio del dolor es una de esas películas que han sido enterradas por el olvido al tratarse de una película rodada con un bajísimo presupuesto y con una paupérrima distribución en el momento de su estreno. Sólo los alemanes, en el Festival de Munich de 1990, comenzaron a rescatarla con ese vigor que atesora, a la manera de Samuel Fuller y Jean Pierre Melville, con una voz en off que casi parece una arruga en el sonido debida a Lionel Stander y con esa novedosa descripción del trabajo de un asesino profesional en la preparación y ejecución de un contrato. Allen Baron dirige, interpreta y escribe el guión, y, por supuesto, no tuvo, prácticamente, ninguna continuidad en el cine, recluyéndose en el espacio televisivo. Su rostro, una especie de mezcla impasible de Robert de Niro y George C. Scott, resulta ideal para esconder esa tormenta de sentimientos de un asesino que ya está de vuelta y comienza a sentir la fatiga de una existencia que se sabe cara e inútil. Una joya que debería descubrirse para quien realmente le gusten las entrañas del cine negro.
2 comentarios:
Ahhh. Que bueno esto!!! Gracias César por la recomendación. Jamás había escuchado sobre este film. Ya lo estoy buscando...
Espero que lo disfrutes y que te guste. Si te gusta el cine negro, es una apuesta segura.
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