jueves, 2 de junio de 2022

TOP GUN: MAVERICK (2022), de Joseph Kosinski

 

Es posible que la osadía se pague con el ostracismo y, tal vez, eso es lo que le ha ocurrido al Capitán Pete Maverick Mitchell. Ya no es ese oficial con proyección brillante que hace treinta y tantos años asombraba en la escuela de élite de instrucción de combate aéreo. Ahora es un atrevido piloto de pruebas que, como siempre, rebasa los límites para demostrar que el valor es una virtud que escasea, que se debe demostrar a cada vuelo rasante y que el ímpetu que le movía en la juventud todavía sigue latente en ese oficial que ya está un poco a la vuelta de todo.

Y es que, a pesar de todo, se podría describir a Maverick como un fracasado. Un tipo que prometía todo y, luego, lo dinamitaba con misiles aire-aire. Su vida sentimental fue un desastre. Su sentido de la amistad se desvaneció con una eyección errónea en pleno vuelo. Su innegable espíritu de batalla de diluyó en la soberbia a la que le conduce su continua indisciplina. Una última oportunidad en la Escuela para seleccionar al mejor entre los mejores será su asidero de emergencia. Él fue capaz de todo y, sin embargo, sólo llegó a ser segundo.

Maverick sólo se mantiene porque aún le queda un amigo en el mundo y no por demasiado tiempo. La misión para la que tiene que entrenar a la élite de los pilotos de la Marina es imposible y necesita dos milagros. Por el camino, por supuesto, se revivirá un viejo romance, que se nombró de pasada en dos ocasiones en su curso de preparación, tendrá que adaptarse de nuevo a volar en viejos aparatos, realizar lo impensable y ajustar cuentas con el rencor que aún le guardan. Tarea difícil para un hombre que ha dicho demasiadas veces que no a pesar del inmenso talento que tenía con un avión en las manos.

No cabe duda de que varias virtudes adornan esta segunda parte de Top Gun. Se deja un poco de lado el tonillo cargantemente hortera que tenía aquella aunque se sigue acentuando una cierta estética de video-clip que no molesta demasiado. Las secuencias aéreas están mejor coreografiadas porque son más comprensibles y más espectaculares con el acierto evidente de no utilizar demasiado el efecto visual vía ordenador. Por el lado contrario, hay alguna que otra incongruencia, silencios atronadores, apariciones que parecen importantes y que, luego, no lo son tanto y, eso sí, un emocionante encuentro que es lo mejor de la parte que se desarrolla en tierra firme entre Tom Cruise y su antiguo compañero de armas, Val Kilmer. La parte final, la de la misión, es muy efectiva, con secuencias realmente bien coreografiadas e, incluso, con sentido del ritmo y del espectáculo y, claro, hay un notable sentimiento de nostalgia cada vez que se apunta al tema principal de Harold Faltenmeyer que, en realidad, era el himno de Top Gun.

Y es que, a pesar de que esta película es mejor en casi todos los aspectos, no se puede ignorar la evocación que despiertan unos personajes que formaron parte del imaginario de un buen puñado de jóvenes que vieron la película en los años ochenta. Y hay que reconocer que, al igual que William Holden poseía la sonrisa más bonita del cine en los años sesenta y setenta, Tom Cruise es el propietario de esa sonrisa desde hace más de treinta años. Cada vez que se calientan los motores, que se ponen en juego los determinantes gestos de los aviadores, que se mueven de forma imposible las alas del coraje de unos aviadores llamados a la hazaña, no podemos olvidar que nosotros también fuimos jóvenes, fuimos desafiantes, sentimos como algo especial la sonrisa de alguien entre el humo y nos convertimos en perdedores con el tiempo.

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