Es
posible que la osadía se pague con el ostracismo y, tal vez, eso es lo que le
ha ocurrido al Capitán Pete Maverick
Mitchell. Ya no es ese oficial con proyección brillante que hace treinta y
tantos años asombraba en la escuela de élite de instrucción de combate aéreo.
Ahora es un atrevido piloto de pruebas que, como siempre, rebasa los límites
para demostrar que el valor es una virtud que escasea, que se debe demostrar a
cada vuelo rasante y que el ímpetu que le movía en la juventud todavía sigue
latente en ese oficial que ya está un poco a la vuelta de todo.
Y es que, a pesar de
todo, se podría describir a Maverick
como un fracasado. Un tipo que prometía todo y, luego, lo dinamitaba con
misiles aire-aire. Su vida sentimental fue un desastre. Su sentido de la
amistad se desvaneció con una eyección errónea en pleno vuelo. Su innegable
espíritu de batalla de diluyó en la soberbia a la que le conduce su continua
indisciplina. Una última oportunidad en la Escuela para seleccionar al mejor
entre los mejores será su asidero de emergencia. Él fue capaz de todo y, sin
embargo, sólo llegó a ser segundo.
Maverick
sólo
se mantiene porque aún le queda un amigo en el mundo y no por demasiado tiempo.
La misión para la que tiene que entrenar a la élite de los pilotos de la Marina
es imposible y necesita dos milagros. Por el camino, por supuesto, se revivirá
un viejo romance, que se nombró de pasada en dos ocasiones en su curso de
preparación, tendrá que adaptarse de nuevo a volar en viejos aparatos, realizar
lo impensable y ajustar cuentas con el rencor que aún le guardan. Tarea difícil
para un hombre que ha dicho demasiadas veces que no a pesar del inmenso talento
que tenía con un avión en las manos.
No cabe duda de que
varias virtudes adornan esta segunda parte de Top Gun. Se deja un poco de lado el tonillo cargantemente hortera
que tenía aquella aunque se sigue acentuando una cierta estética de video-clip
que no molesta demasiado. Las secuencias aéreas están mejor coreografiadas porque
son más comprensibles y más espectaculares con el acierto evidente de no
utilizar demasiado el efecto visual vía ordenador. Por el lado contrario, hay
alguna que otra incongruencia, silencios atronadores, apariciones que parecen
importantes y que, luego, no lo son tanto y, eso sí, un emocionante encuentro
que es lo mejor de la parte que se desarrolla en tierra firme entre Tom Cruise
y su antiguo compañero de armas, Val Kilmer. La parte final, la de la misión,
es muy efectiva, con secuencias realmente bien coreografiadas e, incluso, con
sentido del ritmo y del espectáculo y, claro, hay un notable sentimiento de
nostalgia cada vez que se apunta al tema principal de Harold Faltenmeyer que,
en realidad, era el himno de Top Gun.
Y es que, a pesar de que esta película es mejor en casi todos los aspectos, no se puede ignorar la evocación que despiertan unos personajes que formaron parte del imaginario de un buen puñado de jóvenes que vieron la película en los años ochenta. Y hay que reconocer que, al igual que William Holden poseía la sonrisa más bonita del cine en los años sesenta y setenta, Tom Cruise es el propietario de esa sonrisa desde hace más de treinta años. Cada vez que se calientan los motores, que se ponen en juego los determinantes gestos de los aviadores, que se mueven de forma imposible las alas del coraje de unos aviadores llamados a la hazaña, no podemos olvidar que nosotros también fuimos jóvenes, fuimos desafiantes, sentimos como algo especial la sonrisa de alguien entre el humo y nos convertimos en perdedores con el tiempo.
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