miércoles, 26 de octubre de 2022

ATAJO AL INFIERNO (1957), de James Cagney

De vez en cuando, el cine trae alguna sorpresa inesperada. En esta ocasión, se trata de la única película como director de James Cagney que, además, es versión de aquella otra titulada El cuervo,de Frank Tuttle, y que supuso la primera y afortunada reunión entre Alan Ladd y Veronica Lake. No cabe duda de que las hechuras de esta película son de serie B, empezando por un reparto encabezado por William Bishop, fallecido poco después del estreno, experto jinete en paisajes baratos del Oeste; Yvette Vickers, un año más tarde muy conocida por ser la protagonista de El ataque de la mujer de cincuenta pies; Georgann Johnson, felizmente en activo con una larguísima carrera en la pequeña pantalla; y Robert Ivers, quizá el mejor de todos ellos, actor de corta filmografía y largos villanos que se centró, sobre todo, en la televisión. Cagney sabe que la ambigüedad del personaje protagonista, interpretado por Ivers, es el mayor activo de la historia. Al fin y al cabo, es un asesino al que le encargan dos trabajos y le pagan con dinero marcado. La traición está servida y el profesional de las armas tratará de buscar venganza entre los de su misma calaña.

Basada en un relato de Graham Greene, Cagney se ocupa en mostrar a ese asesino en su lado más impasible y, al mismo tiempo, da razones al espectador para intuir el sufrimiento que le acompaña en su interior. No es un novato, pero no es tan abrumadoramente impasible. Con ese papel que él hubiera interpretado con los ojos cerrados, Cagney muestra simpatía aunque, en su contra, juega, quizá, la dirección algo rutinaria y previsible, pero hay un par de excelentes escenas de acción, una más que aceptable dirección de actores con un material bastante corto, y la certeza de que Cagney sabía lo que estaba haciendo a cada minuto. Sólo aceptó dirigir el guión como favor a uno de sus mejores amigos, el productor A. C. Lyle.

Sé que los más curiosos que no conocen la película podrán entretejer la sospecha de que, tal vez, este esfuerzo de James Cagney podría ser una joya escondida como en su momento fue La noche del cazador, de Charles Laughton. No. No es tan buena. Ni tan rompedora. Ni tan tenebrosa. Ni tan atinada. Es una película hecha con esmero, con poco metálico y bastante ingenio, que se adscribe dentro del género negro con comodidad y que, en todo momento, es bastante consciente de sus limitaciones. Merece ser descubierta, pero no es una obra maestra ni de lejos. Es trepidante y de cierto ritmo, con motivaciones claras y resultados algo más que aceptables. Es Cagney tratando de sacar algo de un saco prácticamente vacío. Nunca más volvió a ponerse tras las cámaras. Siempre dijo que no estaba interesado en la dirección, que aprendió de muchos porque veía lo que hacían, pero que no estaba hecho para narrar historias. Él era la historia.

Así que es posible que sea agradable acompañar al protagonista en su atajo al infierno. El cargador está a punto y ese individuo, Kyle Niles, debe cumplir con su trabajo y también con su moral. En ese punto, puede que asistamos a una imposible mezcla entre Elisha Cook Jr., y James Dean, pero eso tendrán que juzgarlo los mismos que saben que, por mucha piedad que inspire, el diablo está esperando al asesino.

 

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