Cuando
los ratones merodean el queso, siempre hay alguno que se lo lleva sin hacer
saltar la trampa. Y eso es lo que ocurre cuando algún roedor avispado se toma
la justicia por su mano y elimina a un afamado director de Hollywood que se ha
exiliado en Londres por culpa de la famosa caza de brujas emprendida por el
Comité de Actividades Antiamericanas. Así que lo mejor es ponerse a investigar
un crimen que sabe a té con una nube de leche, por favor. Todos son sospechosos
y habrá que estar muy atento a los detalles.
A pesar de que todo
gira alrededor de la adaptación al cine de la afamada obra La ratonera, de Agatha Christie, aquí no hay ningún Hércules Poirot
ni ninguna Señorita Marple para llevar el caso. El capitán de las pistas es un
tal Stoppard, un tipo bastante pasado de rosca, que exhibe su andar cansado
mientras, de paso, también da muestras de estar bastante harto de la maldita
eficiencia británica. A su lado, tiene una ayudante que vale su peso en oro, pero
que, para no ser menos, también lo apunta todo y no duda en precipitarse en sus
conclusiones. Es un té perfecto. Algo amargo. Nada serio. Y con un punto de
homenaje y otro de parodia.
Por supuesto, como
sospechosos, hay una serie de personajes que existieron realmente como el actor
y, posteriormente, director Richard Attenborough, dibujado aquí con una mezcla
de petulancia y pose, o el productor John Woolf que, años después, llevaría
adelante una modélica versión de Chacal
bajo la dirección de Fred Zinnemann. Por estar, hasta podemos comprobar el par
de tornillos que le faltan a Agatha Christie en una reunión final en la que se
dirime al culpable. Mientras tanto, Stoppard y su ayudante deambulan por
Londres, se toman una pinta o dos, siguen pistas un tanto dudosas y, al final,
caen en la cuenta. Todo alrededor de una ratonera que trata de atrapar a unos
cuantos ratones que no son demasiado inteligentes y dentro de una historia que
no deja de ser ficción de arriba abajo.
La dirección corre a
cargo de Tom George con algunas virtudes muy destacables, como su sobriedad y
su especial cuidado en la ambientación. Sam Rockwell, en la piel del Inspector
Stoppard, está gracioso de sonrisa y algo enigmático en intenciones. Saoirse
Ronan acaba por ser irremediablemente encantadora en su ingenuidad eficiente y
la película se podría definir como más delirante que Puñales por la espalda y menos loca que El juego de la sospecha. El resultado es aceptable, sin disparar
todas las balas, pero siempre con media gracia delante y algo de interés por
detrás. Al fin y al cabo, atrapar a un ratón suele tener su punto.
Y allá vamos con unos cuantos minutos de diálogo, no especialmente brillante aunque con algún que otro hallazgo, con retratos que rozan lo grotesco dentro de ese entramado de intereses que se teje dentro del mundo del espectáculo y, por supuesto, con una cierta elegancia en su intento de valorar el trabajo femenino en una época en la que no era lo normal. La agente Stoker, interpretada por Ronan, tiene mucho mérito. Más aún Agatha Christie con su capacidad impresionante de inventar crímenes para luego resolverlos con sorpresa incluida. Los hombres, por otro lado, pecan de torpes, no demasiado brillantes, con adaptaciones de la obra de Christie cambiando el final, pero amagando con la original. En definitiva, un juego sobre quién lo hizo que no hace más que redundar en esa idea de que vista una película u obra de estas características, vistas todas. O tal vez no. Lo mejor es poner la trampa y esperar a que aparezcan los ratones.
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