Un genio del mal detrás
de la mesa de un banco articula toda una red de espías para hacerse con los
tratados comerciales de Alemania con cualquier país. Dirige el negocio desde su
silla de ruedas y trata de conseguir sus planes a través de unas cuantas
mujeres a las que paga generosamente. Sin embargo, hay un elemento con el que
no cuenta. El amor. Ese maldito traidor. Cuando aparece, ya no hay lealtades
que valgan. Envía a una atractiva rusa a distraer al agente secreto que va tras
él y la chica cae arrebatada en los brazos del Agente 326. Por otro lado,
también envía a otra chica para seducir al Doctor Matsimoto, de la misión
comercial japonesa, para robar el tratado de marras. Aquí no hay banderas, ni
patriotismo, ni el típico enredo de espionaje para el bien del país. Sólo se
halla la ambición desmedida, la aparición del capitalismo más salvaje que no
repara en medios con tal de hacerse con el mayor número de ceros posible. Si
eso significa la ruina de Alemania, adelante. Haghi, ese genio de las finanzas
y de la maldad, intentará hacerse con el verdadero control político y
financiero del país. Y va a hacer falta mucho tesón, mucha inteligencia y mucho
trabajo para pararle.
Haghi, por otro lado,
tiene otro talón de Aquiles que no esperaba. El amor que siente la chica rusa
por el agente secreto, despierta sus celos. Él desea que la chica se enamore de
él y no de ese petimetre al servicio del gobierno que no duda en disfrazarse de
vagabundo por las calles con tal de conseguir alguna información. Vagabundo. No
se puede caer más bajo. Es un individuo sin clase, sin altura, sin ambición,
carente de gracia. Haghi prefiere no pensar en lo contrario. En realidad, es un
tipo que sabe moverse excepcionalmente bien por los ambientes más elegantes,
tratando de atrapar cualquier hilo que le proporcione un camino hasta el
ovillo. Haghi caerá y, cuando se dé cuenta de que su caída es inevitable,
tratará de arrastrar a todos y a todo. Al final, sólo será un patético payaso
tratando de hacer reír a los mismos a los que ha intentado vencer.
Fritz Lang inauguró el
género del espionaje con esta película presionado por el presupuesto porque se
había gastado mucho más de lo previsto en Metrópolis
y la productora UFA no estaba nada segura de financiarle una película sobre espías,
un tema que, hasta ese momento, no se había planteado en el cine. Lang prometió
gastarse lo menos posible en decorados, haciendo muchos primeros planos y con
una puesta en escena austera y el resultado es que volvió a conseguir una obra
muy cercana a la maestría. Aquí es donde se asientan las bases de todo lo que
vendría después aunque no deja de ser un caso de espionaje político-industrial
que, vista con los ojos de hoy en día, peca de ingenuidad. Aún así, hay
secuencias prodigiosas, un ritmo sorprendente para el cine mudo, acostumbrado a
detenerse en las expresiones de los intérpretes y un sentido de la historia
casi realista para el año 1927. Lang, quizá, fue el primero de los espías en un
mundo que estaba a punto de romperse en mil pedazos.
Y es que siempre hay
algo que no se tiene en cuenta en los megalómanos planes de quien intenta
dominar con billetes de banco. Tal vez porque esa motivación no es la más
adecuada para construir nada y sí para destruir todo. Lang no quiso hacer
ningún reflejo de esa realidad política que acaecería sobre Alemania algunos
años después porque era algo que, en la época, no preocupaba en demasía. Los
nazis aún no eran nada. Sólo a partir de M,
el vampiro de Düsseldorf, Fritz Lang comenzó a ver la psicosis que se
creaba en una sociedad a punto de caminar hacia el abismo.
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