lunes, 3 de octubre de 2022

¡HUNDID AL BISMARCK! (1960), de Lewis Gilbert

 

Un gigante de cincuenta mil toneladas surca el Mar Báltico en busca del Mar del Norte para azotar las costas inglesas. Hitler quiere a Inglaterra bajo su dominio y manda al acorazado más impresionante que navegó por las costas de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Además, por si fuera poco, el tiempo les favorece. Una niebla camufla las intenciones del Almirante a bordo del Bismarck y los ingleses, privados de sus aviones de reconocimiento, apenas pueden prever sus movimientos. Hay que desguarnecer a algunos convoyes en curso para hacer frente a Goliath. La orden de Churchill retumba en los oídos del Centro de Planificación Naval de la castigada Londres: “¡Hundid al Bismarck!”.

En la larga singladura sorteando trampas y enemigos, rehuyendo en algunos casos el combate, el Bismarck se apuntará algunos tantos. Hundirá irremisiblemente al Hood, consiguiendo que sólo sobrevivan tres de sus mil cuatrocientos marineros. Y se enfrentará con inteligencia y ciertas dosis de arrogancia al resto de la Armada británica. Sin embargo, los ingleses son perseverantes. Saben que quizá un par de torpedos no consigan hundir al maldito e imponente barco, pero también tienen la certeza de que si se golpea continuamente, el gigante se puede tambalear. La estrategia que se lleva a cabo desde el Centro de Planificación Naval es inapelable. El Bismarck, la más fabulosa maquinaria de guerra marítima que se puso en servicio en los mares más fríos de Europa, será hundido. Sin piedad. Igual que él no la tuvo con el Hood.

Entre medias, por supuesto, habrá historias de superioridad moral y rencor por parte nazi y, desde luego, temores fundados y sufrimientos solitarios por parte británica. Las pasiones humanas, al fin y al cabo, forman parte de la guerra igual que las bombas, los cañones, los antiaéreos y los torpedos. Puede que un rostro bonito en medio de una tensión insoportable sea lo más indicado para recordar que, a pesar de todo, el mundo merece la pena. Por la mañana y por la noche. Bajo los bombardeos. Bajo la nada.

Excelente película que narra el asedio de la flota británica al más grande de los acorazados nazis, con Kenneth More y la suavidad de Dana Wynter sufriendo por el lado inglés, mientras que, a bordo del monstruo, se deleita Karel Stepanek en el papel del arrogante Almirante Lutjens y sufre, por usar la razón, Carl Möhner, impotente ante la locura de rencor de su superior, en la piel del Capitán Lindemann. Con un admirable uso de las maquetas y recordando ligeramente esa pequeña obra maestra que hicieron Michael Powell y Emeric Pressburger sobre La batalla del Río de la Plata, narrando la caída del también enorme acorazado Graf Von Spee, Lewis Gilbert dirige con precisión cronometrada toda la cadena de decisiones y jugadas que ponen en práctica los dos bandos en un tablero de agua apasionante en sus tácticas más que en las propias batallas. Aquí no ganaba quien tuviera mayor poderío naval. Sólo quien fuera más inteligente.

Así que, con la orden en la cabeza, la Armada británica se aprestó al ataque antes de que tuviera que adoptar una estrategia de defensa. Cuidado, incluso puede caer algo de sangre por la boca del comunicador con el puente de mando. El mar no tiene piedad. Y si un monstruo surge de entre sus aguas, aún tendrá menos.

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