martes, 21 de mayo de 2024

ARLINGTON ROAD (1999), de Mark Pellington

Michael Faraday es el individuo ideal. No es estable emocionalmente y tiene ciertos conocimientos sobre atentados terroristas. Instalarse como vecinos a su lado guarda algunas ventajas porque eso hará que todo parezca mucho más inocente. Al fin y al cabo, una bomba no es un hecho, sino un concepto. Y todo puede ocurrir dentro de la mente de Faraday porque ahí dentro, en el rincón de los pensamientos, se cree lo que realmente se quiere creer. También hay otro factor interesante y es que resulta bastante humillante presentarse ante la policía con sospechas que, luego, se demuestran que no tienen ningún fundamento. El típico loco paranoico que cree que sus vecinos son unos asesinos de masas cuando son el matrimonio ideal, de clase media ligeramente alta, con su jardín, su casa y su coche. Todo lo que el americano común suele desear. Aquí no hay más bombas que las que se cuecen dentro del cerebro de Michael Faraday. Ése es el individuo que, a pesar de sus esfuerzos denodados por creerse a sí mismo como salvador del mundo, resulta más sospechoso.

Contribuye al desequilibrio inherente a Faraday el hecho de que su vida está incompleta. Tiene un niño de nueve años y una pareja, más o menos estable, pero no se atreve aún a dar el paso para iniciar una vida con ella. No ha enterrado algunos traumas del pasado y debe pensar en su pequeño. Por ahí hay una grieta que los Lang, los vecinos de al lado, van a aprovechar y rellenar con sus pasteles, su amabilidad, su sonrisa algo impostada, pero convincente y su encanto de libro de cocina. Los asesinos están en la puerta de al lado y son temibles porque destacan por su sangre fría. Y no se sabe por dónde pueden salir.

Excelente película, muy bien interpretada por Jeff Bridges y Tim Robbins, en la que se pone de manifiesto el juego entre apariencia y realidad, entre lo que se quiere y lo que se debe creer, entre el dolor y la esperanza, siempre huidiza. El guión fue galardonado como el mejor entre los estudiantes de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood y eso dio la oportunidad de rodar esta historia que no deja de ser agobiante y sorprendente, sobre todo porque no deja de manipular al espectador con algunos giros que pueden desembocar en cualquier parte cuando se cree que el horizonte se está despejando. Al menos, se ocupa de dejar bien claro que los malos no tienen que ser necesariamente tontos.

Así que mucho cuidado con la pareja de al lado. Empiezan trayendo una tarta para estrechar las relaciones vecinales y, poco a poco, notas que alguien está royendo tu alma. Demasiados esfuerzos para hacerte parecer lo que no eres para hacerte pagar lo que no haces. Toda la estrategia se basa en la propia debilidad humana y eso es algo que domina especialmente bien todo aquel que quiere acumular un buen puñado de cadáveres dentro de su saco de maldad. El sistema es horrible, pero nunca justifica la pérdida de vidas humanas. ¿O sí?

 

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