Siguiendo con el libro, estaré el próximo sábado día 1, en la caseta de RBA número 231 de la Feria del Libro de Madrid, de 12 a 14 horas, para firmar todos los ejemplares que me traigáis de "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)". Será un placer saludar a quien se acerque.
Preston Tucker era un
resistente. Un tipo que se había enfrentado una y otra vez al fracaso. Y eso
hace que las personas sean más fuertes, estén más preparadas para aguantar los
embates de cualquier concepto revolucionario que salga de su cabeza. Es lo que
ocurrió con este fabricante de automóviles que diseñó un automóvil único,
verdadera joya del transporte privado, que nació para hacer la competencia a
las grandes multinacionales del motor y acabó siendo un incunable que sólo unos
pocos en el mundo consiguieron conducir. Mientras tanto, Preston Tucker se
enfrentó a todos y a todo y lo hizo completamente solo. Con la fe de su
familia, con la de sus amigos y con su conciencia de hombre capaz. Lo demás
importaba poco aunque, por supuesto, la ruina esperaba con los faros
encendidos. Sin embargo, era uno de esos individuos dotado para resurgir de las
cenizas una vez tras otra. En ocasiones, con más fuerza. En otras, le esperaba,
de nuevo, ese viejo amigo que es el fracaso, dispuesto a tomarse unas cervezas
con él y con el destino. Todo con las ruedas nuevas.
No es casualidad que un
hombre que se ha arruinado y resurgido de sus cenizas fuera, precisamente, el
encargado de dirigir la historia de este inventor e ingeniero que imaginó un nuevo concepto de automóvil.
Francis Ford Coppola llevaba acariciando este proyecto durante varios años y,
aunque no fue una película totalmente propia, sí que se sintió atraído por la
terca resiliencia de un hombre que quería innovar, ofrecer lo mejor de sí mismo
para una sociedad que se preparaba para consumir basura en cantidades ingentes.
Para ello contó con Jeff Bridges, perfecto en la piel del soñador y siempre
emprendedor Preston Tucker. Encaja en el papel como un guante de gala. Y la
realización de Coppola es extremadamente elegante, con una fotografía
impresionante, con un sentido del ritmo privilegiado y con una banda sonora
excepcional debida a Joe Jackson. El resultado es un mensaje incontrovertible
de no rendición, de seguir ahí, en la trinchera hasta que no haya más opciones.
Quizá el enemigo se agote antes, o se dé cuenta de la auténtica valía del
contrario, o se decida a ofrecer, por fin, un producto de calidad y duradero al
potencial comprador. Esas son las cosas que quería cambiar Preston Tucker y, en
parte, también Francis Ford Coppola. Los sueños, a veces, cuestan muy caro y,
también a veces, consiguen erigirse más allá de la realidad.
Así que no dejen de intentarlo porque la perseverancia es una de las claves imprescindibles del éxito…aunque no la única. Hace falta apoyo y, también, por qué no decirlo, algo de ingenuidad en la creencia de que la libre competencia es libre. Pisen a fondo y dejen que los faros se muevan en la misma dirección que las curvas. La historia ha dictado su sentencia y, de los cincuenta y un coches que fabricó Preston Tucker…aún siguen en funcionamiento cuarenta y nueve. Dos de ellos, por cierto, son propiedad de Francis Ford Coppola. Otros dos lo son de George Lucas. Han pasado más de ochenta años desde su fabricación.
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