Hay
gente con dinero que vive en una realidad paralela que les impide ver con
claridad los problemas de los que les rodean. Ellos viven en un permanente
hedonismo que les deshumaniza y que hace que cualquier frase que sale de sus
opulentas bocas parezca una sentencia desagradable. Ya sabes, chica, debes
trabajar duro y con discreción. Si no libras ningún día, ya lo apañaremos. Si
no tienes papeles y te comportas, los arreglamos cuando volvamos a la rutina
después de las vacaciones. Mientras tanto, limpia, friega, cocina, aguanta,
confórmate, tienes suerte, no la desperdicies. Si luego las cosas no son como
las habías imaginado, no te preocupes. Te subimos un poco el sueldo y así
sigues calladita, que estás más guapa.
Todo ser humano tiene
una batalla y, por eso, uno de los peores pecados que se pueden cometer en este
mundo sin corazón es juzgar a los demás. La chica también tiene sus problemas.
Desea ganar dinero para que su hermana no tenga que limpiar lo que va dejando la
gente rica. Estudiar, abrirse paso, sin rebajarse, sin perder la dignidad a
través del demoledor silencio. Esa es la solución. Por eso, la urgencia de
conseguir los papeles de residencia, el permiso de trabajo, la afiliación a la
seguridad social, la ciudadanía. Situaciones que se han vuelto tan cotidianas
que apenas les damos importancia. Empezar a saltarse las normas tácitas es sólo
cuestión de tiempo, porque comienza a no compensar. Los señores se van, la casa
se queda vacía, el niño de papá quiere imponer su sagrada voluntad porque,
sencillamente, nadie le ha dicho nunca que no. El conflicto está ahí, latente,
esperando su oportunidad. Puede que, en el fondo, la inteligencia también
juegue un papel, pero calladita ¿eh? Ni un ruido, por favor. No vaya a ser que
te vayas a la calle sin un euro en el bolsillo.
A medio camino entre El sirviente, de Joseph Losey, y Parásitos, de Bong-Joon Ho, Miguel Faust
articula una película que mantiene un nivel medio en todo momento, lo cual hace
que sea notablemente equilibrada. Para ello, cuenta con un excepcional trabajo
de Paula Grimaldo, calladita y transparente para el espectador, el cual en todo
momento sabe la dirección del pensamiento de esa criada que vale para todo y a
la que siempre se le pide más. A destacar también el desagradable tono
falsamente amable que destila Ariadna Gil, que resulta pura extorsión hasta
cuando da las gracias. En medio, un drama que no llega al terrorismo social, ni
tampoco a la destrucción por la envidia, sino en un punto justo en la mitad de
ambos. La película es mesurada, tranquila, con la virtud de la paciencia y con
algunas escenas realmente meritorias, dejando clara la ridiculez de esa clase
alta y despreciable, alejada de todo, falsamente intelectual, inmensamente
vacía, fingida hasta la irritación, de vocación despótica a pesar de sus miras
demoledoramente simples. El cuadro, la playa, el coche, la ventana móvil, la
piscina, la desinhibición, la nada rodeada de lujo, el acto social concebido
como pura arrogancia. Sí, hay personas que son así. He sido testigo.
Así que calladita, que no tienes derecho a nada, salvo a ser invisible. Que la mesa esté puesta, que los gatos mueran, que las esculturas luzcan, que los cojines estén en su sitio, que el verde prado esté inmaculado. Mientras tanto, arréglate la vida, guapa. No llegues tarde que eso de levantarse cuando a uno le da la gana parece que está de moda. Cocina bien. No llegues tarde. No mires mal. Aguanta todo. Incluso la grosería. No vaya a ser que nos arrepintamos y te vuelvas por donde has venido. Extorsión todos los días. Ése va a ser tu sueldo. Y esta historia debería de ser un muy aceptable toque de atención para todos aquellos que se comportan como si fueran dueños de las vidas de aquellos que trabajan para hacerles la existencia mucho más fácil. Como si no pasara nada.
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