Lo último que se puede
arrebatar a un ser humano antes que la vida, es la propia identidad. Tal vez
por eso, una mujer está desesperada en medio de las calles, mirando con ojos de
deseo y de nostalgia la celebración de la Pascua ortodoxa. Ahí puede que
comience la historia de una mujer que se hizo llamar Ana Anderson. Fue de un
manicomio a otro por media Europa, sin saber muy bien quién era. Físicamente
parecía tener un lejano gesto al de la Gran Duquesa Anastasia Nicolayevna, hija
del zar Nicolás II. A partir de ahí, el General Bunine, asistente personal en
el exilio del mismo zar, construirá una historia que, como todas las historias,
será mitad verdad, mitad mentira. Lo peor de todo es que no se pudo probar si
era del todo verdad, o si era del todo mentira. En esa frontera difusa y
absoluta, se movió ella, deseando lo que toda mujer quiere en el fondo de su
corazón. Reconocimiento, cariño, calor, amor. Y posiblemente ceja en su empeño
cuando obtiene todo eso…pero no de la gente, sino de un solo hombre que, de
alguna manera, cree en ella independientemente de quién sea. ¿Hay amor más
entregado que ese? Quizá no todos comprendan que las joyas, el lujo, la
opulencia y la fama no son las cosas más importantes de la vida, sobre todo
teniendo en cuenta que es una vida que aún no se ha vivido. Demasiadas
redundancias para contar la historia de una mujer que mendiga amor. Demasiados
giros y aún más maledicencia. No interesa contar la verdad en unos tiempos en
los que la realeza ha caído en desgracia. La Revolución rusa se asentó en las
bases de la crueldad y eso tampoco se puede negar. No importa si el nombre es
Ana o Anastasia. Lo que importa es ser algo al lado de alguien.
Y ella es hermosa. Por
dentro y por fuera. Siempre tiene la palabra justa que hace que, al menos, se
intuya la sombra de la sospecha. Para bien y para mal. La indefinición como
estado perfecto. Detrás de ese rostro que tantas huellas de sufrimiento posee,
también hay una belleza que llega a impresionar, como si el mundo estuviera
ciego y viera al fin la luz. Como si la auténtica verdad fuera la ceguera para
un mundo harto de ver. Y eso, en el fondo, da igual. Sólo es el entretenimiento
para la multitud y para la prensa. Por encima de todo, más allá de todo, están
los sentimientos, aquellos que hacen desear al corazón latir una vez más
mientras la huida es la única salida para quien se ama de verdad.
Anastasia…Ana…cuando elegiste el amor, es cuando te convertiste definitivamente
en una princesa de ensueño.
Ingrid Bergman
consiguió el perdón de Hollywood con esta película, ganando un Oscar a la mejor
interpretación femenina de aquel año. La chica ideal volvió al redil, dejó a
Roberto Rossellini y mostró al mundo entero que ella seguía siendo la actriz
impresionante que siempre había sido. Y lo hizo con una historia que, a pesar
de ser mentira y de ser verdad, es apasionante en sus vacíos y en sus rellenos,
porque, al fin y al cabo, las chicas ya no quieren ser princesas. Y convertirse
en una no deja de ser una pirueta en el destino que se sostiene sólo por el
deseo irrompible de volver a ver a las personas que una vez llegaron a
quererte.
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