Miami suele ser una jungla de lujo y
veraneo donde nada es lo que parece y todo lo que es no está. Las apuestas se
suceden, el humor no falta. También hay un poco de desidia, como si todo diera
un poco lo mismo, pero Tony Rome tiene una espina en la ética y no es de muy
buena educación dejar abandonada a una rubia en el fondo del mar. Y es que, de
una manera un tanto aleatoria, todo parece estar misteriosamente conectado. Y
el juego consiste en quitar de en medio los elementos que estorban. Huelga
decir que Tony Rome es uno de esos elementos. Maldito entrometido. ¿Por qué no
se quedó en su barquito de juguete bebiendo un vodka con naranja y haciendo
esas apuestas que siempre pierde? Esta vez, Rome va a ganar. Y apostando al
caballo perdedor.
Una de las virtudes de esta película de
cine negro luminoso es el desenfado no exento de seriedad. El marco de las
playas de Miami no deja de ser un escenario en el que es difícil pensar en la
existencia de una corriente subterránea del mal que trata de apoderarse de la
ciudad como un tiburón al acecho. La película se resiente de la época en la que
fue rodada y se ha quedado peligrosamente antigua, algo que no ocurre con su
predecesora, primera de las aventuras del detective Tony Rome creado por Marvin
Albert, Hampa dorada. Sin embargo, se pasa un buen rato viendo ir y venir a un
tipo que se esconde en una carcasa de cinismo sin olvidar que hay cosas por las
que merece la pena luchar. Un tesoro, una chica, un gordo solitario o un buen
amigo policía. Aunque, de vez en cuando, haya que decepcionarlos para seguir
adelante. Eso sí, mirando mucho alrededor para que nadie salga herido. Sobre
todo, algún inocente que se atrevió a ir un poco más allá y decir un par de
verdades a los malos. Hoy en día, esos especímenes están en trance de
extinción. Quizá Tony Rome sea uno de ellos. Y si no lo creen, vayan a
preguntarle. Vive en un pequeño yate y está amarrado en un insignificante
muelle de Miami.
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