En un principio, el
dolor lo puede todo. Al fin y al cabo, ha fallecido una persona muy querida. No
sólo por sus hijos y por su mujer, sino por todo el entorno que ha estado
compartiendo sus mejores momentos (y, también, algunos malos). Lo que pasa es
que la muerte, a veces, se dedica a sonreír y no sabemos reprimir las
carcajadas cuando asistimos al paisaje pintoresco de unos cuantos personajes
que no saben o no pueden comportarse como es debido. Ahí está Simon, un tipo
inseguro aunque bueno que, por error, se mete una pastilla de ácido creyendo
que es un valium y, de ahí, su fascinación por el verde y por estar en paños
menores en lo alto de la casa. O Howard, el típico tío que siempre está donde
no debe, incluso poniendo la mano. O Justin, que se acerca hasta el funeral
sólo para ver si puede ligar como es debido con Martha que, a su vez, quiere
casarse con Simon. O Troy, ese chico brillante que estudia farmacia y que, en
sus ratos libres, se dedica a fabricar drogas alucinógenas. Y, sobre todos
ellos, ese tipo bajito…más bien enano, que nadie conoce y que, sin embargo,
parece conocer al difunto mejor que todos los demás. Habrá que andarse con
mucho cuidado.
Y todo esto lo observa
Daniel que, por increíble que parezca, es el único que es un poco más normal.
El caso es que él sólo quiere pronunciar un panegírico por su padre y que todo
vaya como la seda y, unas veces por el muerto y otras por los que le caen, no
puede y no sale. La locura se instala en medio del dolor y resulta que el muerto
escondía cosas muy sorprendentes, los invitados corren de aquí para allá como
despavoridos, el tío bajito dice no sé qué de unas fotos y que quiere cobrar
parte de la herencia porque, al fin y al cabo, el que ha aguantado al muerto
más tiempo es él. Y todo acaba por ser el muerto al hoyo y el vivo al bollo y
aquí hay más bollo que hoyo porque, llegada la hora de la verdad, nadie se
acuerda para qué ha venido, ni siquiera el tío Alfie, que debe buscar un baño
con verdadera urgencia.
Con notable elegancia,
Frank Oz dirige esta película de producción británica y que no duda en utilizar
todo el humor negro inglés para poner en ridículo la pompa y circunstancia de
la muerte cuando lo más bonito y, posiblemente, lo que todos pidamos en nuestra
última hora sea que alguien nos recuerde con cariño. ¿Tan difícil es? Pues sí y
aquí tienen una prueba evidente. Todos inmersos en sus propios problemas para
que, luego, nadie se acuerde de para qué han venido. Ni siquiera el hermano de
éxito que, para más escarnio, resulta que es un bala perdida que se gasta todo
lo que gana y no puede ni pagar el funeral. No lloren, señores, más vale
reírse. Seguro que es el mejor homenaje para alguien que, seguro, ha dejado su
huella.
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