Quince años de vida en
común que se disuelven. Ya no hay más juegos, ni más risas, ni más
complicidades, ni más preocupaciones compartidas. Sólo hay amargura y una
cierta sensación de fracaso. Cuatro hijos en común y la certeza de que hay que
abrir nuevos caminos para seguir viviendo, por mucho que una vida sin el otro
no tenga demasiado sentido. En el fondo de los ojos, puede que aún haya ascuas
de un fuego extinguido, pero ya no hay nada por lo que luchar, se fue agotando
poco a poco con reproches, separaciones, incomprensiones y alejamientos. Ambos
culpables y ambos inocentes. Quizá haya terceras personas, o, tal vez, una
demoledora y viva sensación de pánico que, además, impide que la comunicación
fluya. Pánico porque nunca se imaginaron un futuro sin la otra persona y, de
repente y sin avisar, el futuro ya está aquí y el otro no estará.
Los sentimientos
arrasados en la tierra quemada del corazón será lo único que aún quede entre
dos personas que se han querido mucho, pero que también se han detestado. Tal
vez, el matrimonio necesite el perfecto equilibrio entre las dos cosas y
depende mucho de la capacidad de aguante de cada uno. Llega un momento en que
el aguante se despide y todo se rompe. Irremediable y definitivamente. Y,
cuando ya todo está quebrado en mil pedazos, aparecen los celos de reojo, el
rencor de frente y la culpa de lado. Quizá se haya jugado a perder lo menos
posible y la derrota haya sido completa. Y lo que es aún peor, incluso el
reconocimiento de esa derrota puede ser aún peor. Cuando sólo queda el
sarcasmo, la percepción de la fea realidad y una distancia insalvable aún
estando juntos, no queda mucho más que hacer. Por eso se han buscado otros
consuelos, sabiendo que se perdía el rumbo todavía más. Tanto que ya no se puede
volver a juntar los pedazos que quedan. Cada miembro de la familia reacciona de
una forma diferente. Todo conmueve, y todo muere. Y, en esta ocasión, sin
posibilidad de arreglo.
Alan Parker dirigió
este conmovedor melodrama con dos maravillosos intérpretes como Albert Finney y
Diane Keaton. Ambos dan lo mejor de sí mismos, buceando en las motivaciones de
dos personas que han disparado a la Luna y no han obtenido otra cosa que la
infelicidad, dándose cuenta de que eran muy afortunados solamente cuando ya lo
han perdido todo. Ella, deja que las emociones resbalen por su rostro,
reflejando ternura e ira, pérdida en todo caso y un buen puñado de preguntas
sin respuesta. Él, es pura depresión, incomodidad por haber dado un paso en
falso que lo destruye todo, desesperación y extravío, tanto que olvida los
sentimientos ajenos en algún lugar de un corazón que hace mucho ya dejó de
sentir nada.
Darse cuenta de los errores en los que se ha caído, a menudo, no sirve de nada. Sólo queda seguir hacia adelante y tratar de recuperar ese algo indefinible que hizo que, algún día, la mujer y el hombre de tus sueños no quisiera estar en otro sitio más que entre tus brazos.
2 comentarios:
No recuerdo haber visto esta película de Allan Parker, que ya comentaste muy en positivo en el post en memoria del director.
Curioso que repita Finney en una película sobre un matrimonio, el paso del tiempo y los amores y desamores, aunque la supongo lejos de la sutilidad y elegancia, tan de Donen, que había en "Dos en la carretera". Conociendo a Parker este film será mucho más desgarrador, seco e impactante.
No obstante me apetece buscarla a ver si la encuentro en alguna de las múltiples plataformas por las que pago para ver, en realidad, demasiado poco.
Por cierto, tu último párrafo me ha recordado a aquella estrofa de la canción de Sabina: "Y me envenenan los besos que voy dando y, sin embargo, cuando duermo sin ti contigo sueño. Y con todas si duermes a mi lado..."
Es el amor y el desamor, el perro del hortelano, el "no hay nada más amado que lo que perdí"...
Abrazos notables, como tu post.
No sólo el tono no tiene nada que ver con la de Donen, sino que toda la perspectiva es desde el presente. Lo demás, todo lo que ha pasado antes, o se cuenta (pocas veces) o, simplemente, se intuye. Sí, es más seca, no hay mucho lugar para la comedia (algo fundamental en la de Donen) y es bastante seca, sobre todo, bastante más triste y menos melancólica.
Cierto, no hay nada más amado que lo que perdemos, o aquello que, sencillamente, nunca hemos tenido.
Gracias por el recuerdo a Sabina y por el elogio.
Abrazos festivos.
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