martes, 1 de septiembre de 2020

LA PROFESORA DE PIANO (2019), de Jan-Ole Gerster


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Lara es una de esas mujeres que no tienen que esforzarse mucho para que las cosas queden fuera de control. Nunca ha estado contenta con su vida. Y quiere a su hijo que, por fin, va a realizar su debut sobre un escenario. Compra todas las entradas que quedan y se las regala al primero que pasa por delante de ella. El amor es algo extraño, dañino. Más vale no sentirlo más que acariciando unas notas que merecen la ternura pero sólo la que ella está dispuesta a dar. Sí, Lara está muy, muy lejos de ser una persona agradable y más vale salir corriendo si no quieres encontrarte con la palabra justa para salir herido.

Quizá todo se inicie hace mucho, mucho tiempo, con aquellas lecciones de piano rígidas y torturantes. Lara no tiene ningún inconveniente en decir lo que se le pasa por la cabeza sin ningún filtro. Así, puede romper un violín, tachar a los padres de un chaval de estúpidos o rogar a quien le tira los tejos que baje el volumen porque intenta entablar una conversación normal. Ella, en el fondo, y quizá no tan en el fondo, es también una víctima y no una sociópata. No se siente cómoda con la gente y eso explica, por otro lado, que los sentimientos no son más que un estorbo. Incluso con su hijo. Es una experta en crear dudas. Y no es una cuestión de razón. Casi siempre la tiene. El problema está en su falta de  empatía con todo ese entorno que la zarandea y la limita.

Quizá todo se inicie hace mucho, mucho tiempo, con una madre que tampoco ha destilado ningún cariño hacia ella. Por eso, tal vez, Lara no sepa exteriorizar nada salvo la antipatía o un irritante sentido de superioridad que, en realidad, esconde sus debilidades. No es más que un instinto de autodefensa ya que su madre no tuvo mucho aprecio por su talento. Puede que ese estilo de música serio y elitista como el clásico no fuera mucho con ella. Para Lara, mirar a través de una ventana puede significar lo peor o puede ser, simplemente, mirar a través de una ventana. Sus pensamientos son un muro demasiado difícil de sobrepasar. Lara es una mujer. Con todas sus complicaciones y sus retorcimientos. Con toda su alma de piano desafinado en sus últimas teclas. Con su corazón intacto y encerrado al vacío.

No cabe duda de que el centro de toda la historia es el trabajo de Corinna Harfouch en el papel de Lara (muy dentro de los registros en los que se mueve últimamente Isabelle Huppert) y que el director, Jan-Ole Gerster construye momentos de cierta perplejidad cómica a través de un personaje antipático y lejano, pero abrumadoramente posible, como una coda que se repite durante tres generaciones, como un pentagrama en el que no se dibujan las notas con nitidez aunque esconda una melodía de cierta lógica, como una confusión continua al no saber qué es lo que va primero aunque puede que no se quiera recordar. Tanto es así que llega a haber momentos en los que no se tiene ninguna certeza acerca de si el personaje está disfrutando o está sufriendo. Es lo que tiene encerrarse tras determinadas máscaras. Nunca se sabe si están riendo o están llorando aunque se esté viendo una de las dos expresiones. A lo mejor aún haya tiempo para salvar la única relación que puede afectarla y emerger entre las ruinas del comportamiento. Lo que está claro es que hay una historia con cierto aliento vital entre las adustas paredes de esta mujer. Con pasión y creatividad. No existe el aburrimiento entre sus dedos. Sólo esa cobarde y desafiante mirada de reproche

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