miércoles, 9 de septiembre de 2020

LA CAZA (2020), de Craig Zobel



Equivocarse de persona, casi en cualquier situación, suele acarrear un buen montón de problemas. Sin embargo, siempre hay una bala para cada uno. Especialmente si, desde posiciones que van del fascismo más recalcitrante al libre ejercicio de la libertad de expresión, se molesta a cualquier grupo instalado en las ideas de lo políticamente correcto. Por supuesto, sin caer en la cuenta de que, tal vez, imponiendo esas ideas como obligación, se está cayendo, de nuevo, en el fascismo más recalcitrante. Así, puede llegar un momento en que el cazador se vuelve presa y ésta en un arma letal que no se plantea demasiado la diferencia entre la vida y la muerte.
De este modo, tenemos, en medio de un bosque en ninguna parte, a un puñado de personas que van a servir de blanco móvil a unos cuantos pudientes sedientos de sangre. En principio, puede ser algo tópico, visto en alguna ocasión, con tangenciales recuerdos a Los juegos del hambre. No obstante, la sorpresa va saltando de un personaje a otro. La película juega con el espectador en sus primeros movimientos y, luego, nos presenta a la mujer que va a dominar la función y que, en manos de Betty Gilpin, constituye toda una creación, porque, lejos de aparecer como una aguerrida contestación, la actriz se mueve como pez en el agua en la inseguridad y en el rasgo del autismo más leve como signos de identidad. Hay buenos impactos de bala, peleas coreografiadas con cierto arte y diálogos que destilan un poco de ingenio. La banda sonora, estupenda, de Nathan Barr, otorga volumen a esta caza despiadada que resulta ser una de las partidas más agradables, en parte como porque no se toma, en algunos momentos, muy en serio, más originales y más aceptables de todo el muestrario cinegético y humano del cine.
Y es que no hay nada como ser observador cuando hace falta, estar atento aunque parece que una mosca siempre anda alrededor y demostrar lo que se vale cuando el rival lo merece. Las chicas también son duras cuando se lo proponen y, en esta ocasión, los disparos hacia lo políticamente correcto van a dar muy cerca del centro de la diana. Aunque todo se base en una cuestión personal que, en el fondo, pasa por un error.
Es el momento de apretar los dientes, porque en cualquier recodo, puede pasar algo. Aguantar un poco la respiración. Entornar un poco los ojos porque todo el asunto despierta una cierta complicidad. Disfrutar con la creación de Betty Gilpin. No dejar nunca de intentar sobrevivir. Darse una vuelta para vigilar por encima del hombro. Disparar lo justo y estar atentos a los detalles. Es tiempo de convertirse en tortugas y no dejar entrar a la liebre en casa, de agarrar una botella con ganas y degustarla y de llevar hasta el final todos los propósitos. Ni el lugar es el que debía ser, ni las personas suelen serlo. Y hay que ponerse a cubierto nada más escuchar el estampido que hiere el aire.
Por supuesto, también está la crítica en la dirección contraria, en los negadores de todo, en los contestatarios que sólo desean la efímera popularidad de las redes sociales. Al fin y al cabo, todo está controlado por los de arriba. Y, de vez en cuando, hay que devolverles el desprecio que suelen tener con los que les rodean. Es lo peligroso de la caza. Si empiezas el juego, debes ir hasta las últimas consecuencias y las heridas de la presa pueden ser también las heridas del cazador. 

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