miércoles, 30 de diciembre de 2020

EL PADRE (2020), de Florian Zeller

 

Con este artículo, despedimos el año hasta el artículo del próximo miércoles día 5 de enero. Tened todos una feliz salida y entrada de año, a pesar de los pesares. Seguro que el año que viene, por fuerza, será mejor.

-. ¿Sabe? Usted se parece muchísimo a mi hijo.

-. ¿Ah, sí?

-. Mucho…es muy buen chico. Y yo le quiero muchísimo

Y así fue como presencié la caída de una las últimas hojas de ese árbol fuerte, seguro y acogedor que era mi padre.

Con esta película, el director Florian Zeller nos coloca a un anciano como el único elemento estable de un universo inestable. El entorno es lo que cambia porque su percepción varía en consonancia con sus recuerdos, con sus experiencias y, sobre todo, con sus miedos. Ante todo, el pánico a la soledad, a no ser querido, a no tener ninguna conciencia de cuál es su lugar en el mundo aunque se vea reducido a un rincón olvidado de una habitación cualquiera. Mientras, en su mente, se amontonan unas conversaciones con otras y se va conjuntando un rompecabezas de lo que realmente ha ocurrido en sus últimos días. Siempre confusos y brumosos, limitados y, a la vez, rodeado de precipicios abismales de inseguridad y suposiciones. Los días se repiten uno tras otro, sin ninguna diferencia entre ellos. La verdad deja de tener algún significado y, cuando la lucidez aparece, es fugaz, escurridiza, inaprensible y traidora.

Anthony Hopkins realiza una composición absolutamente genial y triste en la piel de ese anciano que, como un árbol, va perdiendo hojas quedando con sus ramas desnudas a la intemperie, secándose en sus movimientos e ideas, guardando algún momento sólo para la admiración, quizá por última vez, de la belleza de la música que, con toda seguridad, le ha acompañado durante toda su vida. Hopkins, en su trabajo, resulta trágico y divertido, severo y conmovedor, acertado y errático, dando buena cuenta de su capacidad de registro y dejando bien claro todos sus recursos interpretativos que parecen inacabables. A su lado, Olivia Colman da salida al sufrimiento terrible que deben padecer los que están al lado de estas personas que sufren demencia senil y sólo disfrutan de algún segundo de autenticidad mientras el resto del día siguen extraviando esas hojas que tanta sombra han proyectado, tanto aire ha corrido entre sus arpas y tanta certeza han otorgado.

Y es que la vejez es la peor de todas las enfermedades porque se presenta avisando y va descomponiendo concienzudamente todas las cosas que rodean a la víctima. Hasta tal punto que desemboca en la torpe incomprensión de los demás, en el fútil intento de raciocinio cuando no se sabe ni la hora en la que está deteniéndose el día. El pollo para cenar se repite, las conversaciones trazan una circunferencia completa, lo que era, ya no es y, poco a poco, se va deshaciendo todo lo que somos porque, al fin y al cabo, somos nuestros recuerdos y ya no quedará constancia de nada de lo que ha pasado. La demencia jugará siempre con la razón hasta dejarla agotada y sin fuerzas y poniendo a prueba algo tan escaso como la paciencia.

Con sobriedad y un toque de austeridad, todo va desapareciendo de la fotografía de nuestra memoria y las lágrimas puede que sean la última prueba de la verdad que se vive. La tristeza no deja de aparecer en cada uno de los fotogramas de esta película y hay que estar muy preparado, en los días que estamos pasando, para salir del cine con la mente sin congoja porque, en el fondo, todos sabemos que podemos ser ese anciano que ya no reconoce a su hija, que mezcla el espacio y el tiempo sin cesar, que se inventa cosas que no son verdad y se inventa verdades que ya nadie cree. El recuerdo de lo malo se empecina en quedarse y el consuelo puede ser tan simple como dejar de hablarles con ese tono de niño pequeño y asistir, con el dolor y la piedad como únicos utensilios, a la caída de las últimas hojas. 

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Emociona leer lo que has escrito. Qué texto con tanto sentimiento para describir algo tan terrible! Gracias

César Bardés dijo...

Gracias, querido anónimo. Quizá cuando uno vive algo y lo ve reflejado, aunque sea lejanamente en la pantalla, las palabras salen ya con su pulimento listo para brillar. Es algo más fácil...aunque sea muy difícil escribir lo que he escrito.
Gracias de nuevo.

la pequeña balboa dijo...

Ha descrito segundo a segundo lo que sucede cuando nos perdemos, cuando nuestro cerebro, nuestro cuerpo se prepara para el final inevitable.
Lo viví cuando el Alzheimer sentenció ami madre.
Alguien muy sabio, mi terapeuta, me dijo que esta situación "mata el cerebro del paciente y el corazón de los parientes".
Gracias Sr. Bandres

la pequeña balboa dijo...

PD. Sr. Bardes

Sol dijo...

Una entrañable reseña de una pelicula que escuece el alma. Concuerdo contigo que el registro de Hopkins es, como siempre, de primer orden; tanto que vivimos sus miedos, angustias, frustraciones, ataques de furia, momentos de ternura, recuerdos, junto con el. No te permite ser solo espectador, asi como a ti no te permitio ser solo critico.

César Bardés dijo...

Para La pequeña Balboa:
Yo también tuve la desgracia de vivirlo con mi padre. Y he de decir que el cine me ha ayudado a comprender la enfermedad, sobre todo, a través de tres películas. Una fue "Amour", cuando todavía estaba vivo. Las otras dos han sido "Siempre Alice" y "El padre" cuando ya había fallecido. No nos podemos hacer la idea de cómo ellos sientes. A menudo perdemos la paciencia porque no nos entra en la cabeza de que su mundo ya no es el mismo y que ellos mismos tampoco son lo que eran. Tu terapeuta tenía mucha razón. Tu corazón muere mientras ves cómo su cerebro se va disipando. Es una crueldad infinita. Y sólo se puede sobrellevar con toneladas de cariño.
Gracias por tu comentario.

César Bardés dijo...

Para Sol:
Dices una frase que me ha hecho pensar mucho. "No te permite ser sólo espectador, así como a ti no te permitió ser sólo crítico". ¡Qué gran verdad! De alguna forma, a través de su inmensa sabiduría, Hopkins hace que empatices con él y con sus problemas, sólo que la película tiene un gran acierto y es ver lo que él ve, lo que él cree ver, ese mundo irreal pero que ellos creen que es tan real. Y es cierto. Al espectador, especialmente al que lo ha vivido, no le permite ser sólo espectador. También quieres tender la mano a ese anciano que, poco a poco, va deconstruyendo su mundo. Y aún es más cierto que no me permitió ser sólo crítico porque vi a mi padre en Hopkins y volvieron a molestarme mucho las luces del cine cuando se encendieron. Tal vez porque tuve la oportunidad de volver a reencontrarme con mi padre y comprender un poco más cómo se sentía y qué es lo que él vivía.
Gracias por tu comentario. Muy interesante tu afirmación.

Noya14 dijo...

César, has escrito un texto tan bueno, tan descriptivo, que me temo que me costará mucho ver la película. El motivo es simple: trata sobre la tristeza, algo a lo que soy (o procuro ser) alérgico. Y eso a pesar de que el protaginsta es Anthony Hopkins, uno de esos actores que haga lo que haga, te lo crees.
ENHORABUENA y, como siempre, gracias por lo que escribes y como lo escribes.

Mariano Chacon dijo...

Es indudable que a quienes mas nos impactó la genial interpretacion de sir Anthony Hopkins y de Olivia Goldman es a quienes nos ha tocado convivir con personas que pierden "sus" recuerdos, "sus" vínculos familiares o de amistad. Gracias por volver a describir de tal manera la historia que hizo sentir que la volvía a ver de nuevo.

César Bardés dijo...

Para Noya 14:
En todo caso, gracias a vosotros por tomaros la molestia de leer lo que yo pueda escribir y gracias, también, por esas bonitas palabras que me dedicas. Entiendo lo de la tristeza y también entiendo que se huya de ella. Yo también soy un poco así. Quizá me puede el ver a un actor tan grande afrontando un papel tan difícil de la manera en la que él lo hace, pero lo entiendo a la perfección.
Gracias de nuevo.

César Bardés dijo...

Para Mariano Chacón:
Gracias también a ti por tus palabras. Tienes mucha razón. El trabajo de ambos quizá llega más a aquellos que hemos tenido la desgracia de vivir la caída de las hojas de los que más queríamos. Y me alegro de haberte despertado ese sentimiento de verla de nuevo. Los críticos de cine a menudo olvidamos que esa es una de nuestras principales obligaciones.