El fulgor de Montecarlo
es más brillante que cualquier golpe de suerte. La ruleta nunca juega a tu
favor así que, quizá, es mejor idear un atraco para que, de una vez por todas,
el dinero se quede para siempre. Sin embargo, la policía está ahí, al acecho.
Más que nada porque seguro que alguien se ha ido de la lengua y no interesa
demasiado que Bob, el buen ladrón, se retire sin barrotes de por medio. Bueno,
pues si se ponen así, mejor planear dos atracos. Las cálidas noches de Mónaco
serán el marco perfecto para jugar al despiste porque uno de ellos será
completamente falso. El caso es que la policía no sepa muy bien qué cartas son
las verdaderas. Es la regla número uno de un tipo que tiene demasiadas deudas
pendientes, algún que otro problema con la heroína y verdaderos deseos de
comenzar de nuevo en algún sitio con las noches tan cálidas como las de la
Costa Azul.
Sin embargo, hay un
elemento con el que nadie cuenta. Algo que casi nunca aparece, pero que, cuando
lo hace, es imbatible y perfecto. Se trata de algo que todo el mundo busca y
muy pocos encuentran. La suerte. Puede que, además de ser una noche de robo y
futuro, sea también un atractivo tapete de fichas amontonadas porque ganar se
hace una costumbre. Y, tal vez, eso aún despiste más a los policías. Bob
Montagnet va a dar el golpe de su vida. Y no va a hacer falta ninguna ganzúa,
sólo un buen movimiento de muñeca.
Excelente versión de la
también estupenda Bob, el jugador, de
Jean Pierre Melville, El buen ladrón
actualiza escenarios y cuenta con dos intérpretes atractivos y eficaces como
Nick Nolte y, en una breve, pero poderosa participación, Ralph Fiennes.
Montecarlo aparece como esa novia que siempre se deja cortejar, pero nunca
conquistar y, por una vez, dice sí. La dirección de Neil Jordan es comedida,
con ciertos toques de clase, lejos de esa incomodidad que preside muchos de sus
títulos y sin renunciar a sus constantes. La violencia moral está ahí y hay que
tragarla, pero el hechizo de las mesas de juego, del tintineo de los hielos y
de ese protagonista que se mueve como pez en el agua entre la luz crepuscular
del casino y las camisas de marca con el cuello abierto, ofrecen una película
notable, algo diferente y de apuesta segura.
Así que es el momento de jugarse el todo por el todo, llegar hasta el final y dejar con un palmo de narices a esos listos que tratan de meter entre rejas al viejo delincuente. La tarea es difícil con un traidor entre las fichas y reclamaciones en pintura, pero hay que intentarlo. Si no, es posible que siempre se tenga la sensación de que se han dejado pasar las mejores oportunidades. El tapete espera. El ingenio también. El tiempo jugará a favor. El gusto jugará alrededor. El día tendrá muchos ceros. Y no se sabe quién lleva la mejor mano.
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