miércoles, 24 de marzo de 2021

UN TOQUE DE DISTINCIÓN (1973), de Melvin Frank

 

En homenaje a George Segal, que nos acaba de dejar silenciosamente. Muchas horas disfrutando de su difícil naturalidad.

Cuando dos personas se atraen, no hay fuerza en el mundo capaz de parar ese extraño magnetismo. Y eso ocurre incluso antes de conocerse. Parece como si hubiera algo escrito en un libro desconocido sobre el destino en el que se ha dejado establecido que esas dos personas van a tener que vivir un amor por obligación. Y cuando ocurre el encuentro, él no se lo piensa dos veces. Quiere vivirlo. Al fin y al cabo, no es la primera vez que es infiel a su mujer. Ella tiene algo más de reparo. No quiere citas clandestinas en moteles de segunda categoría. Quizá es mejor planear un fin de semana en la cálida España. Allí, tal vez, el fin de semana se convierta en una semana completa porque el amor,  ya se sabe, es un perezoso que quiere recrearse. Y en esa Marbella de los setenta puede que haya tiempo para hablar y plantearse algo parecido a un futuro. Sin embargo, el amor, ese gran fugitivo, no piensa mucho en lo que ha de venir. Prefiere estar vivo en el presente. Sea en Marbella o en Londres, hay que vivir al día. Es su toque de distinción.

El problema está que la chica reticente ya no lo es tanto y está realmente enamorada. Él, por otro lado, es un cobarde vital y, en algún rincón de su pequeña humanidad, sigue queriendo a su mujer y a sus hijos. El amor, esa incógnita irresoluble, entra en la ecuación con fuerza y, lo que parece una comedia de equívocos con amigos indeseables, se convierte en un dilema moral en el que la culpa juega un papel fundamental. Algo presienten los amantes cuando ven en la televisión Breve encuentro y los dos lloran como descosidos. Cada uno, por una razón distinta. El amor tiene estas cosas. Algunas veces desata la risa. En otras, ahoga de pena.

Excelente película que oscila entre la comedia y el drama con dos partes bien diferenciadas y con un estupendo trabajo de George Segal y, sobre todo, de esa grandísima actriz que fue Glenda Jackson, galardonada aquí con un Oscar a la mejor interpretación femenina del año. Melvin Frank, experto director de comedias al que se le deben títulos tan hilarantes como Un gramo de locura, El prisionero de la Segunda Avenida y Buona sera, Señora Campbell, realiza aquí un ejercicio de sobriedad en su estilo, que adapta a la austeridad británica con una trama de sonrisa y un desenlace de agridulce. Sin embargo, el gran mérito estriba en que su transición es serena, pausada, sin cambios bruscos de temperatura. Él sabía que era necesario también un toque de distinción detrás de las cámaras.

Y es que suele pasar que los opuestos se atraen y el cataclismo debe ocurrir tarde o temprano. El amor se hace de rogar también y es bastante posible que tener una aventura no sea tan fácil. De repente, la conciencia aparece, los que no están, regresan y todo se vuelve del revés. Lo que se presentaba como placentero se convierte en estorbo y hay que cuadrar un imposible encaje de bolillos para que esa historia de amor viva un minuto más. Y, a veces, el amor también hace la maleta y se va de vacaciones dejando todo apartado.

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