“A
mí lo que más me hubiera gustado hubiera sido pasarme la vida entera sin hacer
otra cosa que andar arriba y abajo, en silencio, agachándome al suelo de vez en
cuando y esto hubiera sido toda mi obra, mi única obra.
El
silencio: yo vivo. El silencio: estoy aquí. El silencio: soy yo.
Hacia
el silencio, sólo el silencio ¿Dónde estás, silencio, silencio mío?
Siempre
fuiste bueno conmigo, silencio. Contigo volvía siempre a ser niño, silencio.
Vine al mundo sólo por ti, silencio. Me hice oír sólo por ti, silencio. Fui a
los hombres como hombre sólo por ti, silencio.
Vuelve
a ser lo que fuiste para mí, silencio. Abrázame, silencio. ¿Pero el silencio no
me ha hecho también arrogante, irritable, impaciente? ¿Pero estoy abierto al
silencio todavía? Cógeme por debajo de los hombres, silencio. Mándame callar,
silencio, y hazme receptivo, silencio. Receptivo, nada más, silencio.
Te
estoy llamando a gritos, silencio.
Por
encima de todo, tú, silencio. Silencio, tú eres la fuente de las imágenes.
Silencio, la gran imagen. Silencio, madre de la fantasía.
Y así, en el silencio,
es como un viejo, una mujer, un soldado y un jugador emprenden el largo viaje
de camino a casa. Envueltos en la bruma de lo desconocido de una ciudad sin
nombre, sintiendo el frío en los rostros y el abrigo en los cuerpos, deseando
un fuego amigo que abrace todas las inquietudes que dejan atrás y las guarde en
algún lugar sin llegar al olvido. Gente vulgar que se encuentra en un tren y
parten hacia allí… ¿dónde? Allí, sin más. El bosque acecha y el viento sopla y
se reafirma esa idea de que las personas no son de ninguna parte y, a la vez,
lo son de todas. Porque nuestra entropía nos obliga a ir hacia adelante, tratando
de mirar nuestras sombras difuminadas en un ir y venir sin demasiado sentido
que acaba por ser la razón de nuestras vidas. La ausencia no es otra que la de
nosotros mismos porque siempre estamos yéndonos. Nunca nos quedamos. Siempre
hay otro kilómetro más que hacer, otra tarea que dejamos pendiente, otro día
tras la noche. Y, mientras, rogamos por el silencio porque el ser humano, en
realidad, clama por la quietud y la calma. Sólo somos lo que realmente somos si
estamos en silencio. Lo demás es fingir, esperar, correr, correr mucho sin
darnos cuenta de que el momento se acaba de ir.
Peter Handke dirigió
esta película con Bruno Ganz, Jeanne Moreau, el filólogo y traductor español
Eustaquio Barjau y Alex Descas con la seguridad de que no todo el mundo iba a
entender lo que quería decir con palabras y apenas la han visto unos pocos. Sin
embargo, al acabar, más allá de gustos y de tendencias, sólo cabe la pregunta
de qué hemos visto, hasta dónde nos ha llegado el mensaje y hasta qué punto nos
echamos de menos porque, una vez más, una parte de nosotros mismos ha ido hasta
la siguiente meta, hasta el siguiente recodo, hasta el siguiente instante que,
inevitablemente, huirá desperdiciado y, tal vez, abochornado. La soledad tiene
muchas respuestas, aunque no todas. Y puede que sea el momento de llamar al
silencio con ganas, sabiendo que nos aguarda la desgracia y algún que otro
pedacito de felicidad disfrazado de segundo. La ruta a seguir es fácil. Es
hacia adelante.
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