Todo parece ir bien
cuando se quiere crecer en el negocio. No hay nada como un agasajo como es
debido. Una comida en un yate, un reparador descanso, un restaurante en el que
se comen horas como tercer plato…Sin embargo, algo empieza a no funcionar.
Algún facineroso trata de torpedear todas las negociaciones dando a entender
que no hay demasiado negocio en medio de una guerra. Bombas que estallan,
traiciones que no se intuyen, días que se agotan…igual que la paciencia de unos
tipos que han venido a ganar dinero y se dan cuenta de que lo único que pueden
llevarse es un par de tiros en la nuca. Y nunca se está demasiado acostumbrado
a eso. La violencia se coloca justo en el disparadero y se hace lo que nunca se
tenía pensado. Se trata de hacer que las aguas vuelvan a su cauce, aunque esos
malditos americanos se vayan con la impresión de que han perdido el tiempo con
un aficionado. Da lo mismo. En Londres, la lucha es continua y si hay que
empezar de nuevo, se empieza. No hay problema. Incluso aunque haya que limpiar
dos o tres desperdicios por el camino y saldar las cuentas de una vez por
todas. Sin embargo, siempre quedará el fleco, lo imprevisto, la rabia
contenida, el largo camino hacia el sacrificio y la seguridad de que se ha
estado a un paso muy corto del éxito total.
Harold es un gángster
que ha empezado en lo más bajo de los suburbios de Londres. Se ha hecho a sí
mismo. Sabe que la lealtad es muy difícil de conseguir y tiene plena confianza
en los que le rodean. Y el rostro de Bob Hoskins está lleno de ira y de
revuelta contra aquellos que se la quieren jugar. La política, los negocios y
las bombas parecen ir de la mano y nunca se tienen todos los ases en la misma
baza. Por eso, cuando estalla de rabia, es incontrolable. Ha ido subiendo uno a
uno todos los peldaños del poder y alguien quiere que los baje de golpe. Y a
ese enemigo no le importa quiénes son las víctimas. Sólo quiere hacer daño a
Harold. Maldito viernes santo. Maldita noche de muerte.
John McKenzie dirigió con pulso firme este retrato de los bajos y altos fondos ingleses y configura una descripción llena de venganza dentro de una rutina que se rompe en mil pedazos. Conseguimos adivinar cuál es el día a día de esos delincuentes a través de una jornada de sangre desbocada. Por ahí andaba Pierce Brosnan en uno de sus primeros papeles y Helen Mirren pasea un buen puñado de clase alrededor de ese gángster que se baña en whisky y quiere convertirse en un hombre de negocios sucios, pero de negocios, al fin y al cabo. Habrá que mancharse la camisa de sangre y creer que no todo está perdido. Sólo es un día más en el paraíso.
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