martes, 16 de marzo de 2021

THE ITALIAN JOB (2003), de F. Gary Gray

 

Un último golpe para que las cuentas queden saldadas. En todos los grupos de robo, siempre hay algún listillo que se salta las normas no escritas y pretende que los demás se queden con un palmo de narices. Ya es hora de que sean otros los que paguen. Y van a pagar no sólo por restituir, sino también por hacer negocios con una serie de facinerosos que no deberían tocarse ni con pinzas. Más vale ir abriendo cajas fuertes y burlando sistemas de seguridad para que todo vaya sobre ruedas. Y nunca mejor dicho. Al fin y al cabo, las calles son como pasillos y en cuanto la presa se vea acorralada, va a ser aún más difícil porque el perro tiene la manía de defenderse a mordiscos. Así que habrá que tirar de repertorio. La seducción, la tecnología, el contrabando, el explosivo, el milímetro, los pernos, el cristal que no se puede romper, los deseos que se van a cumplir y, sobre todo y ante todo, la venganza, que, a pesar de ser un plato que se come frío, siempre deja un sabor agradable cuando se consume. Apretar a fondo. Ése es el secreto. Adelantar sin que el enemigo se dé cuenta. Así se quedan los lingotes de oro bien quietos y el corazón latiendo a tope porque la adrenalina también forma parte del juego. A mi señal.

No cabe duda de que, junto con Negociador, esta película conforma un díptico muy interesante y nunca repetido en la filmografía de F. Gary Gray, un realizador solvente, ágil, inteligente y con sentido, que se sitúa en la estela del mejor John McTiernan, para ofrecer un espectáculo de acción y robo, de ritmo alto e imaginación, con una historia que no deja de ser un remake alargado y que apasiona con buenas sensaciones a muchos de los que se acercan.

El truco está en abrir mientras se monta una distracción en sentido opuesto. Las estelas rugen con el motor fuera del agua, los coches vuelan con las aspas del helicóptero muy cerca, el factor tiempo es vital para que todos los objetivos queden bien cerrados y cada cosa en su contenedor. Ya vendrá tiempo de disfrutar de un sol de tarde en algún canal veneciano o de herir el agua del mar con un fueraborda de probada potencia o, incluso, por qué no, de desnudar a una chica a base de sonido. Quizá el rencor debe ser desahogado con un deseo de fastidiar muy atenuado, sin perder de vista que ése puede ser el último y definitivo golpe. Lo demás es una ventaja añadida, algo, por otro lado, bastante propio de un negocio que consiste en apropiarse de lo ajeno. Y, en este caso, más justificado que nunca porque los malos son aún más malos y los buenos también son malos. Aprieten el acelerador. Ésta es una película con la que nadie se equivoca. En todo caso, dan ganas de robar la idea y salir corriendo para deleitarse viéndola sin interrupciones, sin molestos ruidos al otro lado de la pared de la cocina, sin más placer que ver cine del bueno, del entretenido, del de toda la vida.

2 comentarios:

Jack Alonso dijo...

siempre nos quedara Michael Caine y su Trabajo en Italia para poder comparar

César Bardés dijo...

Sin duda, la versión de Caine es divertida y pintoresca y demás...sin embargo, a riesgo de parecer desmitificador y demás, como película me gusta más esta y te diré por qué. Prácticamente, no es una segunda versión. Tiene muy poco de la primera salvo, quizá, la utilización de los Minis que, ni siquiera es para lo mismo. Por cierto, el papel que realiza Donald Sutherland en esta le fue ofrecido a Michael Caine. Lo rechazó por problemas de compatibilidad con otro rodaje.