Hay veces que las vidas
se apagan. No se sabe muy bien por qué, todo se convierte en una agonía, en un
no llegar a tiempo, en una pérdida continua del sentido de la oportunidad. Se
apagan igual que una ciudad que se queda sin luz. Sin embargo, ese hecho
desencadena una serie de acontecimientos que limitan con el absurdo en una
concatenación imposible de situaciones. No hay luz. No se pueden expedir
recetas médicas. No se puede continuar con una obra. La oscuridad está en todas
partes. Comienza el pillaje. El miedo crece. La confianza es lo de menos. El
tercero en discordia se introduce en la casa. Es un viejo amigo, pero tiene un
deseo oculto de irse a la cama con ella. Y ya se sabe. El sexo es la más
antigua de las razones y la más evidente. Y si ahora reina la oscuridad habrá
ocasiones para todo.
Hay que comprar un
arma. A precio de oro, naturalmente. La gente anda por ahí presa del pánico y
la defensa es el primer pensamiento. Habrá que irse lejos para pasar el trago.
La carretera es interminable y la
gasolina escasea. Aquel tipo que un día molestó en un cine puede que se
vuelva en algo de imprescindible utilidad. Maldito efecto dominó. No dejan de
caer fichas. Todo por un apagón. Es posible que haya que echarse unas cuantas
carreras para desahogar la neurosis y convertirse en el hombre que se espera
ser. Corre, maldito, corre. Tu amigo se desangra. Y la locura se extiende.
Kyle MacLachlan,
Elisabeth Shue y Dermot Mulroney componen el inquietante trío protagonista de
esta película que hace que sus personajes se muevan siempre por el incómodo
filo del error en una situación atípica que se va volviendo paulatinamente más
caótica. Sin embargo, coincidiendo con esa carrera desesperada que emprende el
marido y cabeza de familia, comienzan a encenderse las luces en la relación de
esa pareja que parece haberse desacompasado de forma un tanto ilógica,
arrastrada por el cansancio inacabable de un recién nacido. En el guión y en la
dirección, un maestro de las letras como David Koepp lleva a cabo un proyecto
profundamente personal que atrae en sus planteamiento con algún que otro
descuelgue hacia la incredulidad, pero manteniendo siempre el interés hacia una
historia que parece complicarse a cada paso, como si los caracteres descritos
en ella se deslizaran inevitablemente hacia un destino implacable que los
condena a la ausencia de control en sus vidas. Quizá la rutina tenga una
pequeña parte de felicidad en la relación de una pareja. Sólo falta que ellos
mismos se den cuenta de ello.
Los cartuchos se encallan porque el agua se apresura a inundar las almas que siempre tienden hacia la corrupción. Puede que el ser humano, en el fondo, esté deseando hacer daño para que se abra un camino hacia el desahogo. La tranquilidad es algo que ya no se estila y es posible que sea necesaria una situación sin control para valorarla en su justa medida. La camisa limpia, el atardecer, el llanto, la noche sin fin, la mañana oliendo a café, los buenos días del vecino…ése debería ser el auténtico efecto dominó.
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