viernes, 2 de septiembre de 2022

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (2022), de Giordano Bruno Gederlini

 

Un hombre sin pasado y aún menos futuro pierde lo que más ama. Y no se detendrá ante nada y ante nadie hasta que se haga justicia. El día se ha convertido en una noche permanente y ya sólo le quedan lágrimas de sangre ante una vida que no le ofrece nada. Es un fugitivo de sus propias elecciones y sigue pagando un precio muy alto por haber hecho lo que nadie se atrevía a hacer. No importa que la policía le crea sospechoso. No importa que, a la vuelta de la siguiente columna, haya una pistola esperándole. Él se encargará de apretar los gatillos. Él cuidará de soltar las espoletas.

Cambió todo por una existencia de discreción, sin armar demasiado ruido, dejando esquirlas a cada vuelta de vía. Tiene una misión que cumplir y tendrá que hacerlo solo, sin ayuda de nadie, confiando en que los demás saquen las conclusiones adecuadas. Tal vez, tenga que ponerse en el lugar de aquellos a los que ha perdido para alcanzar sus objetivos y el vacío podrá llenarse con la sangre fragmentada de los que quisieron quedarse con el papel lleno de ceros, en algún lugar de un país europeo en el que todo parece equívoco. Como lo fue siempre su secreto. Como lo fue siempre su cariño.

El silencio ha sido un compañero fiel que costará dejar atrás porque tuvo la costumbre de hablar con sus hechos y no con sus comportamientos. Habrá que reparar errores, buscar en chimeneas, parapetarse en autobuses, esquivar las balas y sentir el dolor del acero en el vientre. Ese español perdido en los caminos subterráneos de Bruselas tiene mucho que contar aunque tenga poco que decir. Preferirá expresarse con lo mejor que sabe hacer. Y estará arrodillado en la playa, una vez más. Pensando en que, tal vez, sea mejor meterse una bala en la cabeza y dejar de hacer sufrir a aquellos que tiene más cerca. No está vivo. No está muerto. Y está muy cerca de ambas cosas.

Una de las principales razones para acercarse a ver esta película es la impresionante interpretación que realiza Antonio de la Torre, lienzo de sensaciones contradictorias ante un destino injusto que le ha zarandeado hasta la náusea. En él, en esa dejadez física que le domina y que sólo refleja el estado de su alma, se dan cita todos los sentimientos que se hallan entre el amor y el odio, como si los reflejos de las luces en el agua se convirtieran en balas escurridizas bajo la estela de un farol huidizo. La dirección de Giordano Bruno Gederlini no es la mejor, con una cierta obsesión por situar el encuadre dos metros más cerca de lo conveniente y con un nerviosismo poco acertado por la singularidad de una historia que atrapa lo suficiente como para olvidar sus fallos. Entre los aciertos, está esa decisión de situar al personaje protagonista como alguien muy lejos del típico justiciero y acercarlo más a la visión de un hombre que se defiende como puede y que emprende una cruzada en la que, en todo momento, se tiene la impresión de que él puede salir mal parado. Un poco en la misma línea de lo que hizo Michael Caine en esa espléndida película que es Harry Brown, pero con un aire mucho más europeo y mucho menos británico. Lo cierto es que la tensión está presente a cada paso de un hombre que ha perdido antes de empezar y que, en el fondo, siempre ha salido victorioso de todos los desafíos que se le han puesto por delante menos en su papel de padre. Algo que, es verdad, puede ser el mayor de los fracasos en un mundo que se empeña en mostrar su lado más feo. Sin concesiones. Lleno de aristas. Con la arena introduciéndose en el cañón. Ensuciando las intenciones. Taponando las verdades. Habrá que sacar el cargador sin olvidarse de la bala en la recámara. Puede que el arma descargada merezca la pena, una vez más.

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