A
veces, el destino se encarga de ponernos en alguna situación levemente
embarazosa que hace que tengamos que citarnos con el pasado de forma
ineludible. Sí, ese pasado del cual nos hemos arrepentido siempre porque no
salió como pensábamos, o porque terminó de forma abrupta, o porque no supimos
ni quisimos entender lo que estaba ocurriendo. Quizá ya ha pasado incluso la
época de disculparse y ya no hay freno para coartar el pensamiento y la boca
echa todo lo que tiene en mente. El paraíso espera. Y lo hace con un objetivo
común con ese pasado que, de alguna manera, siempre quisimos dejar atrás…pero
nunca olvidamos.
Y así una pareja que
nunca fue se vuelve a juntar sólo para convencer a la hija que, un día,
tuvieron en común para que no cometa el mismo error en el que ellos cayeron
veinticinco años atrás. Pensándolo fríamente, eso no lo hace ningún padre.
Sobre todo cuando la hija ha dado muestras más que sobradas de responsabilidad,
de saber hacia dónde se dirige y de que, después de unos años de sacrificio,
también merece una recompensa. De esto modo, se establece una relación de
amor-odio que, en ocasiones, tiene su gracia, en otras, pierde sentido y, aún
en otras, se empeña en dejar en ridículo a sus protagonistas. Es lo que tiene
la segunda edad, que empiezas a no darte cuenta cuán bajo puedes llegar a caer.
Sin duda, Viaje al paraíso no es más que una
historieta sin pretensiones que da todo lo que se pide. Situaciones conocidas,
previsibilidad a cascadas, alguna que otra salida de tono graciosa y levedad a
raudales. La única razón para ir a verla es disfrutar de la pareja
protagonista, George Clooney y Julia Roberts, porque son dos intérpretes ya
veteranos, agradables a la vista, maestros en el manejo de los tiempos en la
comedia, sabedores del lugar que debe ocupar el acento de la risa y que emanan
complicidad como si fueran realmente pareja en la vida real. Lo demás, es un
cúmulo de tópicos, con el consabido ambiente edénico, con ropa cómoda y al
viento, con hoteles que huelen a madera barnizada y con piscina infinita, con
comida degustada con delectación y con alguna que otra trastada con rasgos
vodevilescos. Sin más. Y su mayor virtud es, precisamente esa. No quiere ser
más.
La dirección de Ol
Parker es rutinaria, centrándose todo en el guión superficial y resultón, y hay
que reconocer que ellas besarían a George Clooney y ellos a Julia Roberts (¿o
es al revés?), así que no cabe duda de que se sale con la sonrisa puesta, con
la sensación de haber pasado un rato amable y con el deseo de ver más películas
de aquellos intérpretes que nos hicieron soñar. Ellos y ellas. Ellas y ellos.
Eso sí, no se olviden de pararse un momento a reflexionar si la excesiva protección paterna inhibe los deseos de sus hijos o les produce urticaria o algo parecido, o de preguntarse si han sido los mejores ejemplos para ellos. Es posible que, aunque la película sobrevuela un poco por encima de ese tipo de problemas, también quiera que pensemos en el respeto que se merecen cuando ya saben volar por sí solos. Sin sufrir por el hecho ineluctable de que nuestras experiencias, para ellos, tienen el mismo valor que un globo sin aire. En caso contrario, ya saben. Es posible que todo esté muy cerca del dolor que produce la mordedura de un delfín. Ah… ¿pero los delfines muerden? Sí, igual que los padres, aunque quizá sea involuntariamente.
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