Un
matrimonio que ha llegado al final del camino decide aceptar la invitación de
un amigo para participar en una especie de bacanal alargada en pleno desierto
del Sahara, cerca de Marrakech. Ella le desprecia. Cree que es un hombre que ha
vivido por y para el dinero y que es lo único que le interesa. Él es un cínico
que se esconde detrás de una botella porque piensa que ella ya no le quiere.
Tienen la insana certeza de que vivir unos días de desenfreno y frivolidad puede
arreglar lo que ya está roto.
Sin embargo, camino de
esa especie de hotel de cinco estrellas lujo en el que circularán las bebidas,
los intercambios de pareja y la droga, ocurre algo trágico. Él deberá pagar una
deuda y, en ese viaje interminable por las dunas silenciosas, se podrá ver el
hombre que hay debajo de esa capa hecha de billetes verdes y superficialidad.
En sus ojos, siempre elocuentes, se hallará el sentimiento de lo que ha hecho y
la convicción de que nada lo podrá reparar. En realidad, a través de las arenas
del desierto, va en busca de sí mismo aunque eso pueda tener un coste tan alto
que ya no importará la vida, la muerte, el número de ceros de su cuenta
corriente o el amor de su mujer. Ese mismo que salió de estampida hace ya
demasiado tiempo.
Mientras tanto, su
mujer tratará de dejarse llevar por el placer del sexo rodeada de lujos y seda.
Y no podrá saber que ese hombre, en su juventud, llegó a tener inquietudes
idealistas, alejadas de la pose y cercanas al compromiso. Todo eso se quedó en
amargas aguas de borrajas porque, sencillamente, el dinero corrompe todo lo que
toca. Y él fue tocado con la varita de la comodidad en algún momento que ni
siquiera es capaz de recordar.
Podría resultar
atractiva esta adaptación de la novela de Lawrence Osborne que, de alguna
manera, también se colocaba en la órbita de John Bowles y El cielo protector, pero la historia acaba por ser leve, evidente,
plana y muy previsible a pesar de la presencia de dos pesos pesados de la
interpretación como Ralph Fiennes y Jessica Chastain. El director John Martin
McDonagh, a medio camino entre el trágico destino que describía para el sacerdote
protagonista de Calvary y del rudo
policía que causaba perplejidad en la notable El irlandés, no consigue conmover en ningún momento porque resulta
pueril, tanto como los personajes que intenta mover de un lado a otro de ese
desierto que esconde secretos y que guarda escrita la verdad bajo su arena.
Y es que la culpabilidad y el billete de vuelta no son suficientes razones como para que podamos sentir simpatía por ese matrimonio perdido y a la deriva, que ha olvidado la emoción y se entrega a un instante que no desean porque no guardan ya ningún deseo, ninguna meta que alcanzar. Ni como matrimonio, ni como personas. Son basuras sobrantes que se inundan de alcohol y de placeres efímeros que hacen que sólo posean el minuto siguiente de sus tristes vidas. Tratarán de alcanzar el perdón y sólo hallarán la indiferencia, la certificada realidad de que a nadie importa lo que ocurra con ellos igual que con el resto de invitados de esa fiesta que pide a gritos que haya algún asesino que acabe con todos al igual que el asesino de Diez negritos. Desde el suelo, los fósiles gritarán por una justicia que no es igual para todos. Y la desesperación es lo único que les queda a los pobres cuando todo se esfuma en un segundo, en medio de la noche y de la nada, como la conciencia que todos los pudientes deberían aún conservar.
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