Sí, sé que he cometido
demasiados errores. He abandonado al hombre que realmente me quería. He
jugueteado con otro. Creí enamorarme de un tercero que sólo se sentía atraído
por mi chequera. Y, sobre todo, he asumido las culpas que no me correspondían.
Tal vez porque, cegada por el amor, creí que mi primera obligación como madre
era proteger a mi hija. Y he ido más lejos de lo permitido. He preferido mirar
hacia otro lado, creyendo que en ella habitaba algo más que el capricho
pasajero y la sensación, siempre efímera, de poder. Ella cayó por un abismo y
yo pensé que debía recogerla antes de que llegara al suelo. Y me equivoqué.
Totalmente. Sin paliativos. Debí echarme atrás, dejar que ella tomara sus
responsabilidades, guardarme la facilidad de extender billetes para su
seguridad, olvidarme de los atajos hacia el cariño y la protección. Ella
prefería las tinieblas. Y yo, siempre y sin descanso, he buscado la luz.
Así que, al final de
todo el periplo del sufrimiento y la incredulidad, he querido pagar por sus
pecados. La quiero. No puedo evitarlo. Sin embargo, ella no quiere a nadie.
Sólo quiere satisfacer su necesidad más inmediata para, a continuación, darse
cuenta de que no es suficiente y buscar lo siguiente, lo que la hace ir un poco
más allá, lo que consigue drogarla con ansias de poder, como si fuera un amante
insaciable llamado ambición y que no es más que la falta de realización
personal compensada con una crueldad inusitada. Las lágrimas han abierto sus
surcos y ella me mirará con desprecio. Aunque sea mi hija. Aunque todo lo que
hice, lo hice por ella.
Joan Crawford y Ann
Blyth son la cara y la cruz de esta alma en suplicio que descubre la miseria y
la grandeza de una mujer. Por el camino, ambas se encontrarán con unas cuantas
piedras con forma de hombre que se irán apartando por su fuerza y su tesón,
tratarán de aprovecharse de ellas y, por supuesto, tontearán con la devoción de
una de ellas. Michael Curtiz dirige con su habitual sobriedad en una historia
en la que Raymond Chandler también colaboró en el guión de forma no acreditada.
Y así, todos, nos llevan en un viaje hacia el coraje, hacia la valentía, hacia
la decepción y hacia la pérdida. Todo irreparable. Todo insuperable.
El destino se va
construyendo entre copas y las palabras suelen ser falsos vestidos de gala para
una intención mucho más inconfesable. No hay nada como decir todas aquellas que
los demás quieren oír. Volarán y se introducirán. Y se harán verdad sólo porque
el que escucha desea que sea así. Mientras tanto, se irá un paso más allá en
busca de un modo que, inevitablemente, pasará por una pizca más de maldad.
Hasta que ya no haya final del camino y se convierta en un modo de vida tan
deleznable como aparentemente seguro. Lo demás es mejor dejarlo en el ánimo de
la generación anterior. Esos que se contentaban con una noche larga, una
sonrisa conquistadora y un reflejo de felicidad. Ahora todo se cuenta por
ceros. Y el día acabará vencido ante tanta conspiración.
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