miércoles, 21 de septiembre de 2022

ALMA EN SUPLICIO (1945), de Michael Curtiz

Sí, sé que he cometido demasiados errores. He abandonado al hombre que realmente me quería. He jugueteado con otro. Creí enamorarme de un tercero que sólo se sentía atraído por mi chequera. Y, sobre todo, he asumido las culpas que no me correspondían. Tal vez porque, cegada por el amor, creí que mi primera obligación como madre era proteger a mi hija. Y he ido más lejos de lo permitido. He preferido mirar hacia otro lado, creyendo que en ella habitaba algo más que el capricho pasajero y la sensación, siempre efímera, de poder. Ella cayó por un abismo y yo pensé que debía recogerla antes de que llegara al suelo. Y me equivoqué. Totalmente. Sin paliativos. Debí echarme atrás, dejar que ella tomara sus responsabilidades, guardarme la facilidad de extender billetes para su seguridad, olvidarme de los atajos hacia el cariño y la protección. Ella prefería las tinieblas. Y yo, siempre y sin descanso, he buscado la luz.

Así que, al final de todo el periplo del sufrimiento y la incredulidad, he querido pagar por sus pecados. La quiero. No puedo evitarlo. Sin embargo, ella no quiere a nadie. Sólo quiere satisfacer su necesidad más inmediata para, a continuación, darse cuenta de que no es suficiente y buscar lo siguiente, lo que la hace ir un poco más allá, lo que consigue drogarla con ansias de poder, como si fuera un amante insaciable llamado ambición y que no es más que la falta de realización personal compensada con una crueldad inusitada. Las lágrimas han abierto sus surcos y ella me mirará con desprecio. Aunque sea mi hija. Aunque todo lo que hice, lo hice por ella.

Joan Crawford y Ann Blyth son la cara y la cruz de esta alma en suplicio que descubre la miseria y la grandeza de una mujer. Por el camino, ambas se encontrarán con unas cuantas piedras con forma de hombre que se irán apartando por su fuerza y su tesón, tratarán de aprovecharse de ellas y, por supuesto, tontearán con la devoción de una de ellas. Michael Curtiz dirige con su habitual sobriedad en una historia en la que Raymond Chandler también colaboró en el guión de forma no acreditada. Y así, todos, nos llevan en un viaje hacia el coraje, hacia la valentía, hacia la decepción y hacia la pérdida. Todo irreparable. Todo insuperable.

El destino se va construyendo entre copas y las palabras suelen ser falsos vestidos de gala para una intención mucho más inconfesable. No hay nada como decir todas aquellas que los demás quieren oír. Volarán y se introducirán. Y se harán verdad sólo porque el que escucha desea que sea así. Mientras tanto, se irá un paso más allá en busca de un modo que, inevitablemente, pasará por una pizca más de maldad. Hasta que ya no haya final del camino y se convierta en un modo de vida tan deleznable como aparentemente seguro. Lo demás es mejor dejarlo en el ánimo de la generación anterior. Esos que se contentaban con una noche larga, una sonrisa conquistadora y un reflejo de felicidad. Ahora todo se cuenta por ceros. Y el día acabará vencido ante tanta conspiración.

 

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