Sacar
del atolladero a agentes infiltrados que ya han llegado al límite de sus
posibilidades no es un trabajo fácil. Más aún cuando es una tarea al margen de
los canales oficiales y la clandestinidad es una de sus señas de identidad.
Esta especie de mediador, aunque más bien sería un “regresador”, siente que
está llegando al final de la última página y cree que es hora de terminar, de
hacer algo que merezca realmente la pena en su propia vida y recuperar una
mínima parte del tiempo perdido. Será algo tremendamente difícil. Tal vez
porque ya sabe demasiado, porque mete la nariz a destiempo y las balas están
dando ya la vuelta para buscarle a él.
Por amistad se pueden
hacer muchas cosas, pero llega un momento en que las deudas deben dejar de
pagarse. Habrá que remover entre la suciedad para que alguien, en algún lugar,
pueda enterarse de los sucios tejemanejes de las cloacas de una institución que
se define a sí misma como grande e ideada para proteger a la ciudadanía cuando,
en realidad, se está convirtiendo en un oscuro cónclave que trata de lavar los
platos manchados de un Estado al que siempre se le llena la boca con la
democracia y utiliza métodos de las peores dictaduras. Ese monstruo creado
desde las mismas entrañas del sistema debe ser desmantelado y aniquilado. Y
justamente alguien que trabaja con ellos, pero desde fuera, tratará de hacer
circular lo que nunca se debe saber.
Resulta algo
sorprendente que el director Mark Williams, que había dado muestras de algún
que otro rasgo de buen hacer en su anterior colaboración con Liam Neeson en Un ladrón honesto, haya creado una
película que destaca por su falta de fuerza, por su estructura roma, mientras
que, por detrás, se desarrolla un argumento atractivo que hubiera merecido una
mejor realización y un mayor empeño. El resultado es escaso, débil, algo
decepcionante, irregular, con tan sólo una secuencia de vigor y con un reparto
alrededor de Neeson que no demuestra arte por ningún lado, dejando a la
película sin textura, sin una sólida construcción dramática, acudiendo a trucos
fáciles y sin profundidad en ningún sentido. Neeson, como buen abuelo
acostumbrado a poner trampas, pone oficio y ganas, pero ya está también
acudiendo a su recta final como héroe de acción y, por esta vez, está muy lejos
de su espléndido trabajo en la reciente La
memoria de un asesino.
Así que es hora de tomar venganza para que la verdad sea algo que perdure en la opinión pública. No vale todo a la hora de tomar el poder. No vale todo tampoco a la hora de perderlo. Siempre habrá obreros que han dedicado gran parte de su vida a hacer algo por los demás y que vean injusto que haya personas que tengan que pagar por su deseo de sacar a la luz más brillante la sinceridad de unas entidades que paga el ciudadano y cuya obligación es garantizar su seguridad sin sacrificar ni un ápice de su libertad. Son dos términos que, habitualmente, se contraponen y que son difíciles de compaginar, pero todos los que se encargan de esa área deben aplicarse y trabajar sin descanso por hacerlos compatibles. Incluso aquellos que ya tienen tantas arrugas como muescas poseen sus revólveres y que saben cuáles son las trampas que suelen ponerse desde los pasillos del poder. Y, no nos engañemos, esos son los que controlan continuamente todo el entramado de intereses que se mueve dentro de esas palabras mágicas que son “seguridad nacional”.
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