“Nunca
he tenido amigos como los que tuve con doce años…Dios mío… ¿alguien los tiene?”
Y ahí es donde los
recuerdos se tornan un camino, con unas cuantas risas cómplices y una escapada
furtiva sólo para ver el cadáver de un chico arrollado por un tren. Durante
esos días de andar sobre la línea recta de una vía de ferrocarril, cuatro
chicos se embarcan en una aventura sólo para llegar a la conclusión de que han
vivido unos momentos de amistad que serán irrepetibles, por mucho que piensen
que, tal vez, pueda repetirse. En ese peregrinaje se pondrán a prueba sus
cobardías, sus miedos, sus rebeliones, sus lágrimas, sus frustraciones, sus
habilidades… Casi una vida entera en apenas dos días. Y ahí, en ese sendero de
traviesas, es donde comenzarán a tallar la primera piedra para la edad adulta
que les está esperando con una mirada aviesa. A pesar de todo, puede que no
consigan ser unos buenos adultos, pero sí que disfrutaron de algo que sólo
ocurre una vez en la vida.
La locomotora acelera
en su camino de hierro y los chicos corren para salvar su vida. El miedo se
comerá toda la adrenalina, pero también pondrá en marcha el mecanismo de los
recursos para salvar situaciones difíciles. Por otro lado, está la pandilla de
niñatos que se creen muy especiales porque van en coche y usan navajas. Puede
que Corny, que acabará siendo el escritor que ponga en un papel las
experiencias de los cuatro chicos, les dé una lección. Y, por la noche, por
supuesto, contará una historia que hará que los cuatro rían y saboreen las
horas alrededor de una hoguera rodeada de peligros.
Rob Reiner dirigió con enorme delicadeza el relato El cuerpo, de Stephen King, acompañando a los cuatro niños que, por alguna razón, ven atractiva la idea de contemplar un cadáver. En esa infancia contada por el escritor, ante todo, hay una enorme nostalgia por aquellos amigos que se perdieron un poco en la noche de los tiempos y un lamento por aquel que fue su compañero que, en la temible edad adulta, fue acuchillado en una hamburguesería. El recuerdo, a menudo, es lo único que nos queda porque, sobre todo, nos dice quiénes fuimos y nos da pistas sobre quiénes somos. Y cada vez que se deja una letra en un papel, o se fija una línea en un lienzo, o se traza una línea con el cincel, hay una parte de todo ello que corresponde a aquellos días de inocencia perdida, de cigarrillos para creernos mayores, de risas y chanzas, de sueños compartidos y bestiales deseos, de fuegos interiores y mansedumbres exteriores. La despedida de la infancia en las puertas de una vida que, inevitablemente, acometerá el papel del desengaño para deshacer todo, absolutamente todo…menos el recuerdo. Sólo de esa manera se conseguirá que ese camino interminable por las vías del ferrocarril no acabe nunca porque lo apasionante no fue el destino, ni mucho menos. Lo apasionante de verdad fue el viaje.
2 comentarios:
En efecto.Se trata de unaobra muy intimista. Meparece que hay mucho de la infancia de Steohen King allí.
La película vale la pena verla. Sobre todo esa escena del revólver. Buenísima
Sí, por supuesto que hay mucho de la infancia de Stephen King aunque los finales de los chavales que se describen en la película son totalmente inventados (aunque sí coincide en algo y es a quién le fue bien y a quién le fue mal). En todo caso,es una película para guardar y ver de vez en cuando para recordar que,efectivamente, nunca tendremos amigos como los que teníamos a los doce años.
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