martes, 18 de junio de 2024

LISBON STORY (1994), de Wim Wenders

 

Ayudar a un amigo, a menudo, nos trae búsquedas inesperadas. Un ingeniero de sonido para películas es reclamado por un prestigioso director para sonorizar una película muda que está rodando en Lisboa. Sí, lo sé. Ya de por sí, el encargo es pintoresco. El caso es que armado con sus micrófonos y sus grabadoras, el tipo se presenta allí, en la capital de Portugal. Y se encuentra con que el director ha desaparecido aunque ha dejado su película. Todo se reduce a una idea. ¿Cómo captar una imagen sin alterar la realidad teniendo en cuenta de que, por el sólo hecho de estar captando una imagen, la realidad ya está alterada? Seguramente esa pregunta martilleó constantemente a los chicos de la Nouvelle Vague hace unos cuantos años. Quizá todo se reduzca a captar la belleza de una ciudad que es hermosa por su vejez. O puede que nada de todo eso tenga importancia porque ¿acaso no se altera la realidad en el mismo momento en el que se ve una película? Se trata de unir conceptos que no es que sean opuestos, es que son paralelos y nunca llegan a cruzarse. Mientras tanto, el ingeniero de sonido trata de buscar al director, otra alteración de la realidad, que se ha dedicado a patearse las calles de la ciudad con una cámara colgando del hombro, como si él, la cámara y la ficción no estuvieran allí.

Al fondo, en el centro de Lisboa, la sombra de Federico Fellini parece erguirse con fuerza en una historia que trata de reunir el absurdo y la lógica a través del cine. No obstante, la ciudad es la verdadera protagonista de todo el entramado. No son las mujeres voluptuosas, ni las obsesiones sexuales, ni las oportunidades aprovechadas a través de un reinicio personal. No, se trata de ver a una ciudad igual que se ve a alguien a quien se ama. Apasionadamente, turbulentamente, absolutamente. Wim Wenders aprovecha la ocasión para extender sus obsesiones personales, apuntadas ya en otras películas (¿acaso los ángeles de El cielo sobre Berlín no son seres que observan la realidad y que no están en ella?) y que aquí alcanzan su máxima expresión porque el realizador alemán no duda en exponer que la cámara es el medio, pero también el enemigo. El ojo humano es el único que puede estar en posesión de la más absoluta objetividad de la realidad. A pesar de ello, podemos aún darle una vuelta de tuerca más a su argumentación obsesiva. ¿Es que nosotros mismos no alteramos la realidad por el mero hecho de estar presentes? Tal vez, la única realidad que dé respuesta a esa búsqueda un tanto inútil sea el vacío, la nada, la seguridad de que lo verdadero se halla sin ninguna interferencia de cualquier ser vivo. Las películas no son cazadoras de realidad. Son reflejos, por mucha fantasía que contengan. Wenders lo sabe. Y lo sabe muy bien.

Así que pongámonos ojos en la espalda para captar reacciones, situaciones, espontaneidades y futilidades a destajo. Sólo así podremos darnos cuenta de que Lisboa es una ciudad llena de belleza paseada, tranquila y con sabor a café. Ciao, Federico.


2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Desconocía por completo la existencia de esta película, pero me pongo inmediatamente tras la pista. No vamos a descubrir a Wenders a estas alturas, un tipo con auténticos peliculones y también con alguna castaña pilonga en su haber. Por tus palabras, no sé porqué, pero me han venido a la cabeza Erice y "Cerrar los ojos", que luego, mire usted, igual no tiene nada que ver.

Abrazos con saudade

César Bardés dijo...

Es una película que no está mal, aunque su obsesión por lo indicado es, quizá..."demasiado obsesiva". Tiene, además, algún que otro momento bastante divertida. Y, bueno, tangencialmente y sólo en cuanto a temática, puede tener algo que ver con "Cerrar los ojos", Estilísticamente, no. Espero que la disfrutes.
Abrazos nao, nao, eu sou alemao