Puede que ésta sea sólo
una película francesa más. Una de esas de trasfondo judicial en la que se pone
en juego las motivaciones y apariencias de una serie de personajes con la
sombra de una violación detrás. No hace mucho tiempo se estrenó una película de
Ridley Scott titulada El último duelo
y, con muchas trampas y aún más cartón, se describió una agresión tremenda, con
el Medioevo de fondo, con una manipulación casi vergonzosa en un director del
gusto y la sabiduría de Scott porque se convertía, simple y llanamente, en un “hermana, yo sí te creo, pero ni siquiera me
das la posibilidad de elegir si te creo o no”.
Esta referencia no es
gratuita. Aquí tenemos una película francesa, dirigida por Yves Attal, que
tiene las mismas intenciones, pero, a pesar de que ni el presupuesto, ni el
reparto, ni el ambiente posee los medios de la película de Scott, sí que
destaca porque expone todo el entramado con una inteligencia envidiable. Por
supuesto, la película contiene sus errores, su tejido netamente galo y algún
que otro elemento objetivable, pero toda la exposición de lo que realmente
pasó, no mostrando en ningún momento el acontecimiento y dejando la verdad, más
que evidente, para el final, demuestra que Attal sabe de esto bastante más que
el torpe guión de Matt Damon y el desastroso Ben Affleck y que la dirección,
supuestamente experta, de Ridley Scott.
Y es que Attal no
necesita moverse en otras épocas, porque es un tema de hoy. Y sabe que, en
muchas ocasiones, el acusado puede no ajustarse al perfil de un supuesto
violador, que jamás se pensaría que un chico más o menos atractivo, de buena
familia, brillante en los estudios, experto ante un piano y encantador en sus
reacciones, pudiera, ni siquiera, pensar en agredir a una chica a la que acaba
de conocer. Con todos los defectos que la chica pudiera tener, con todo lo que
las circunstancias invitan a portarse como un verdadero malnacido, Attal va
descubriendo la verdad, sin llegar hasta el final, y también se entretiene con
el ambiente que rodea todo el proceso, toda la acusación, todos los errores de
unos y de otros, toda la arrogancia del de siempre y toda la ambigüedad que
siempre recubre la letra de la ley. Y ahí es donde la película cobra una enorme
fuerza que llega a traspasar la sensibilidad de cualquiera que tenga más de dos
neuronas.
Así que, si deciden verla, no vayan con ideas preconcebidas. Hay mucho sufrimiento detrás, muchas lágrimas vertidas, también muchas dudas porque son lógicas según se plantea el caso. Y lo que nunca se debe perder es el respeto. Como tampoco la propia dignidad por muy alto o bajo que se esté. La tentación se muestra por igual a todos. Y, en ese momento, es cuando hay que evidenciar la altura personal, la inteligencia y la valoración del impacto de todos nuestros actos. A uno y otro lado. Sin dejar que la contaminación y el ruido que nos rodea invada algo tan simple y necesario como es el sentido común.
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