El fuego graba sin
piedad algunos acontecimientos que quedan para siempre insertados en el alma.
Una niña recuerda que su padre le dedicó un cuadro que había pintado y, después
de eso, sólo fuego, cariño esfumado, cenizas y una escena equívoca. Muchos años
más tarde, parece que esa niña, ya una mujer, no está muy centrada mentalmente
y trata de recuperar un cuadro que siempre ha reclamado como suyo. El caso
llega a los tribunales y ahí está un atractivo fiscal que se va a encargar de tocar
las narices al jefe para pasar, en un abrir y cerrar de ojos, a defensor. Y al
lado tiene a otra letrada que se caracteriza por no rendirse, por pedir las
cosas más inusitadas, por dejar bien a las claras que ella es una guerrera de
la ley y que va a causar más de un dolor de cabeza a quien ose enfrentarse a su
sabiduría legislativa que no es otra cosa que honestidad y tesón. Es una de
esas chicas que hacen que el insomnio se instale y que, por aquello de volver a
coger el sueño, uno se ponga a bailar claqué en el baño.
Todo es un aire de
humor cuando, en realidad, todo es una cuestión de amor. Amor de un padre hacia
su hija, amor de otro padre que trata de apañárselas como puede con otra hija
que es más avispada que una colmena y amor entre compañeros con algún que otro
desliz mientras se trata de desentrañar el misterio de quién tiene aquel
cuadro, qué pasó con él, por qué no se consumió entre las llamas y qué es lo
que realmente quiso el pintor. Muchas cosas que no están escritas en la ley y
habrá que ir a juicio y batirse a gusto para que los colores queden bien
nítidos y la verdad salga a relucir entre tanto interés y tanta deslealtad. Es
lo que causa el amor. Deslealtades por todas partes. Y no son precisamente las
de aquellos que lo ejercen.
Ivan Reitman nunca fue
un realizador como para tomárselo demasiado en serio. Famoso por Los cazafantasmas y por naderías de
culto como El pelotón chiflado o Poli de guardería, quizá encuentra un
punto muy cerca del cine más clásico con esta película que ya merece un lugar
entre lo más prestigioso que llegó a dirigir. No cuesta nada imaginarse esta
historia en plenos años cuarenta o cincuenta con Cary Grant, Myrna Loy y Kim
Novak, por ejemplo, aunque podrían ser infinitos los nombres que se vienen a la
cabeza. En lugar de eso tiene un reparto que puede hacer perfectamente sombra a
los citados como Robert Redford, Debra Winger y Daryl Hannah. Los elementos
funcionan a la perfección porque Reitman sabe dar con el punto justo entre la
comedia y el misterio, sin llegar a pasarse en ninguno de ellos y el resultado
es una película muy apreciable, que derrocha simpatía y que interesa en su
seriedad. Es lo que tiene el claqué en el baño a las tres de la mañana, que se
te ocurren cosas que, de otro modo, no verían la luz en ningún lugar.
Dejen que la luz llegue, aunque sea en forma de llamas, aunque les guíe un abogado de desastre organizativo y una letrada de empuje y decisión. No habrá arrepentimiento tras el incendio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario