martes, 4 de junio de 2024

PELIGROSAMENTE JUNTOS (1986), de Ivan Reitman

 

El fuego graba sin piedad algunos acontecimientos que quedan para siempre insertados en el alma. Una niña recuerda que su padre le dedicó un cuadro que había pintado y, después de eso, sólo fuego, cariño esfumado, cenizas y una escena equívoca. Muchos años más tarde, parece que esa niña, ya una mujer, no está muy centrada mentalmente y trata de recuperar un cuadro que siempre ha reclamado como suyo. El caso llega a los tribunales y ahí está un atractivo fiscal que se va a encargar de tocar las narices al jefe para pasar, en un abrir y cerrar de ojos, a defensor. Y al lado tiene a otra letrada que se caracteriza por no rendirse, por pedir las cosas más inusitadas, por dejar bien a las claras que ella es una guerrera de la ley y que va a causar más de un dolor de cabeza a quien ose enfrentarse a su sabiduría legislativa que no es otra cosa que honestidad y tesón. Es una de esas chicas que hacen que el insomnio se instale y que, por aquello de volver a coger el sueño, uno se ponga a bailar claqué en el baño.

Todo es un aire de humor cuando, en realidad, todo es una cuestión de amor. Amor de un padre hacia su hija, amor de otro padre que trata de apañárselas como puede con otra hija que es más avispada que una colmena y amor entre compañeros con algún que otro desliz mientras se trata de desentrañar el misterio de quién tiene aquel cuadro, qué pasó con él, por qué no se consumió entre las llamas y qué es lo que realmente quiso el pintor. Muchas cosas que no están escritas en la ley y habrá que ir a juicio y batirse a gusto para que los colores queden bien nítidos y la verdad salga a relucir entre tanto interés y tanta deslealtad. Es lo que causa el amor. Deslealtades por todas partes. Y no son precisamente las de aquellos que lo ejercen.

Ivan Reitman nunca fue un realizador como para tomárselo demasiado en serio. Famoso por Los cazafantasmas y por naderías de culto como El pelotón chiflado o Poli de guardería, quizá encuentra un punto muy cerca del cine más clásico con esta película que ya merece un lugar entre lo más prestigioso que llegó a dirigir. No cuesta nada imaginarse esta historia en plenos años cuarenta o cincuenta con Cary Grant, Myrna Loy y Kim Novak, por ejemplo, aunque podrían ser infinitos los nombres que se vienen a la cabeza. En lugar de eso tiene un reparto que puede hacer perfectamente sombra a los citados como Robert Redford, Debra Winger y Daryl Hannah. Los elementos funcionan a la perfección porque Reitman sabe dar con el punto justo entre la comedia y el misterio, sin llegar a pasarse en ninguno de ellos y el resultado es una película muy apreciable, que derrocha simpatía y que interesa en su seriedad. Es lo que tiene el claqué en el baño a las tres de la mañana, que se te ocurren cosas que, de otro modo, no verían la luz en ningún lugar.

Dejen que la luz llegue, aunque sea en forma de llamas, aunque les guíe un abogado de desastre organizativo y una letrada de empuje y decisión. No habrá arrepentimiento tras el incendio.

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