Estamos
en los años sesenta, en plena era Kennedy. En medio del vecindario perfecto,
con esas casas de colores de cuento, con esos jardines cuidados en
interminables mañanas de trabajo y colegio y con los típicos y tópicos pasteles
de cumpleaños que se celebran en cada hogar del barrio. En ese ambiente casi
bucólico, en el que los hombres han empezado a escalar profesionalmente y las
mujeres encuentran una fingida realización en su sueño de ser madres, ocurre la
tragedia. Inevitable e implacable. Todas las lágrimas. Todos los gritos. Todas
las desesperaciones. Sólo las mujeres pueden superar eso. Aunque, a veces, no
se tome el camino adecuado.
Cuando ocurre una
tragedia, lo primero que busca la mente humana es la culpabilidad. La razón
tiene poco que hacer en las desgracias. Se buscan cabezas de turco para
encontrar alguna explicación racional para lo que acaba de ocurrir. La tensión
crece. La desconfianza aparca en la puerta de los garajes. Las conversaciones pueden
tener dobles sentidos que las mujeres dominan para mitigar, de alguna forma, la
rabia. En ese vecindario tan ideal, también funciona la envidia. Tú tienes lo
que yo nunca voy a tener. Si una mujer se empeña, lo tendrá infaliblemente.
Puede que le lleve un tiempo. Puede que sea retorcido hasta la exasperación,
pero lo tendrá. Nadie puede parar a una mujer.
Y es que ellas son
maestras en soltar la palabra justa para herir en lo más profundo. El
destinatario puede ser un marido, o una amiga, o un hijo, o una suegra…no
importa. Se trata de hacer daño y de actuar lo más ladinamente posible. Y si
enfrente hay otra mujer, entonces es que se avecina una guerra mundial. La
insidia tomará forma. El vecindario ya no es tan ideal, ya no es tan ensoñador.
El cuento ha cerrado sus tapas y siempre se desea lo que no se tiene. Aunque no
se diga. Aunque parezca que no se sienta. Ellas saben lo que es luchar. El
resto sólo esperamos.
El muy competente
director de fotografía Benoit Delhomme, del que apreciamos su trabajo en
películas como El hombre más buscado,
El niño del pijama de rayas o La teoría del todo, ha elegido esta
historia para hacer su debut como realizador con una historia que ya se llevó
al cine por Olivier Masset-Depasse en 2018 en la belga Instinto maternal. La ventaja con la que cuenta Delhomme está en
sus dos actrices, extraordinariamente intensas y válidas, como Jessica Chastain
y Anne Hathaway. Ellas son la principal razón para ver este duelo en la cumbre,
con sus frustraciones e inseguridad y, a la vez, con ese coraje opuesto que
pone de manifiesto el empuje, tanto positivo como negativo, que pueden tener
las mujeres. De paso, Delhomme no pone reparos en destrozar los estereotipos
del american way of life y de la
inmensa podredumbre de las almas que lo practicaron aunque, tal vez en este
aspecto, se quede algo corto. En cualquier caso, la película no deja de ser
interesante y se echa algo de manos que su dirección no vaya en el mismo
sentido en cuanto a forma y fondo, porque hubiese quedado mucho mejor que, a
pesar de la intensidad de algunas escenas, optara a la sobriedad más austera en
la planificación para acentuar más esa carga de profundidad que pretende soltar
en medio de la más insultante felicidad.
Vidas perfectas que se destrozan mutuamente a través de la desgracia y de la rabia contenida que, al fin y al cabo, es uno de los peores sentimientos que puede albergar el alma humana. Las mujeres comienzan su asedio. Abróchense los cinturones. Las dos van a jugar sus cartas y más de uno se va a quedar arruinado.
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