viernes, 21 de junio de 2024

VIDAS PERFECTAS (2024), de Benoit Delhomme

 

Estamos en los años sesenta, en plena era Kennedy. En medio del vecindario perfecto, con esas casas de colores de cuento, con esos jardines cuidados en interminables mañanas de trabajo y colegio y con los típicos y tópicos pasteles de cumpleaños que se celebran en cada hogar del barrio. En ese ambiente casi bucólico, en el que los hombres han empezado a escalar profesionalmente y las mujeres encuentran una fingida realización en su sueño de ser madres, ocurre la tragedia. Inevitable e implacable. Todas las lágrimas. Todos los gritos. Todas las desesperaciones. Sólo las mujeres pueden superar eso. Aunque, a veces, no se tome el camino adecuado.

Cuando ocurre una tragedia, lo primero que busca la mente humana es la culpabilidad. La razón tiene poco que hacer en las desgracias. Se buscan cabezas de turco para encontrar alguna explicación racional para lo que acaba de ocurrir. La tensión crece. La desconfianza aparca en la puerta de los garajes. Las conversaciones pueden tener dobles sentidos que las mujeres dominan para mitigar, de alguna forma, la rabia. En ese vecindario tan ideal, también funciona la envidia. Tú tienes lo que yo nunca voy a tener. Si una mujer se empeña, lo tendrá infaliblemente. Puede que le lleve un tiempo. Puede que sea retorcido hasta la exasperación, pero lo tendrá. Nadie puede parar a una mujer.

Y es que ellas son maestras en soltar la palabra justa para herir en lo más profundo. El destinatario puede ser un marido, o una amiga, o un hijo, o una suegra…no importa. Se trata de hacer daño y de actuar lo más ladinamente posible. Y si enfrente hay otra mujer, entonces es que se avecina una guerra mundial. La insidia tomará forma. El vecindario ya no es tan ideal, ya no es tan ensoñador. El cuento ha cerrado sus tapas y siempre se desea lo que no se tiene. Aunque no se diga. Aunque parezca que no se sienta. Ellas saben lo que es luchar. El resto sólo esperamos.

El muy competente director de fotografía Benoit Delhomme, del que apreciamos su trabajo en películas como El hombre más buscado, El niño del pijama de rayas o La teoría del todo, ha elegido esta historia para hacer su debut como realizador con una historia que ya se llevó al cine por Olivier Masset-Depasse en 2018 en la belga Instinto maternal. La ventaja con la que cuenta Delhomme está en sus dos actrices, extraordinariamente intensas y válidas, como Jessica Chastain y Anne Hathaway. Ellas son la principal razón para ver este duelo en la cumbre, con sus frustraciones e inseguridad y, a la vez, con ese coraje opuesto que pone de manifiesto el empuje, tanto positivo como negativo, que pueden tener las mujeres. De paso, Delhomme no pone reparos en destrozar los estereotipos del american way of life y de la inmensa podredumbre de las almas que lo practicaron aunque, tal vez en este aspecto, se quede algo corto. En cualquier caso, la película no deja de ser interesante y se echa algo de manos que su dirección no vaya en el mismo sentido en cuanto a forma y fondo, porque hubiese quedado mucho mejor que, a pesar de la intensidad de algunas escenas, optara a la sobriedad más austera en la planificación para acentuar más esa carga de profundidad que pretende soltar en medio de la más insultante felicidad.

Vidas perfectas que se destrozan mutuamente a través de la desgracia y de la rabia contenida que, al fin y al cabo, es uno de los peores sentimientos que puede albergar el alma humana. Las mujeres comienzan su asedio. Abróchense los cinturones. Las dos van a jugar sus cartas y más de uno se va a quedar arruinado.

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