Vivimos
unos tiempos en los que se ha instalado el pensamiento único. Es obligatorio
creer en determinados extremos porque, si no es así, se corre el riesgo de ser
sacrificado, crucificado, vilipendiado y, en última instancia, cancelado. Es un
intento descarado por aniquilar el criterio propio porque, ya se sabe, eso es
un auténtico peligro para la élite del poder. Es necesario que una gran parte
se vea arrastrada por esa marea de no salirse de la norma. No es más que una
enorme cortina de humo porque, mientras estemos ocupados en tales asuntos, no
seremos capaces de articular un pensamiento pergeñado e inventado por nosotros
mismos. Es la dictadura del pensar.
Esto se puede trasladar
a cualquier campo que se nos ocurra. Más aún si ese campo es el universitario
porque, desde tiempos inmemoriales, se ha perpetuado la idea de que ahí es
donde reside el núcleo de la intelectualidad, seres que piensan, sienten y
actúan a otro nivel porque poseen el nivel de conocimiento necesario como para
no ser rebatidos y, si lo son, se hace con algún punto de reparo, no vaya a ser
que en el razonamiento o argumentario salgamos perdiendo por goleada.
Una alumna es víctima
de un abuso sexual por parte de un profesor. Y sin más pruebas, interrogatorios
o comisiones de investigación, se la cree porque lo dice ella. Y no sólo eso,
sino que la víctima quiere que otros profesores la apoyen porque, además de ser
buenos docentes, es probable que guarden algún sentimiento hacia ella. Un castillo
en el aire que se sostiene sólo porque hay que creerla y punto. Puede que, para
agravar aún más el asunto, haya algo de verdad en lo que cuenta, pero el
profesor acusado, mucho antes de cualquier juicio o encuesta, es despedido sin
tener en cuenta su impecable curriculum académico, su competencia docente o su
labor de investigación. Cancelado. No hay más.
En ese contexto, puede
que los profesores a los que la víctima alude y pide ayuda, no tengan ni idea
de lo que ha pasado. Sólo hay que apoyarla porque la chica en cuestión tiene un
comportamiento sexual liberado, es de color y no hay más que hablar. Cuando se
le niega el apoyo, entonces es el momento de extender la duda hacia todos
aquellos que han guardado silencio, no importa que la acusación no sea de tipo
sexual. Vale cualquiera porque, al fin y al cabo, la universidad se va a
movilizar en su favor. Ella es la víctima. Punto. Hay que resarcirla de algún
modo.
Nunca me gustó
demasiado el director Luca Guadagnino en sus anteriores y afamados intentos como
Call me by your name o Queer, pero hay que reconocer que en
esta ocasión es posible que haya realizado su mejor película, narrando e
interpelando directamente al espectador sobre una serie de asuntos espinosos
que están de tremenda actualidad sin nombrar directamente a ninguno. Para ello,
necesita que el público esté bien atento a las acciones y reacciones de este
grupo de personajes que está capitaneado por una espléndida Julia Roberts, que
realiza una interpretación fantástica y que se sobrepone con admirable entereza
a los estragos del tiempo. También cabe mencionar el maravilloso trabajo que
realiza Michael Stuhlbarg como su marido, sibarita de profesión que tiene
grandes momentos de diálogo. El resultado es una película explicativa, en la
que las pasiones se vuelven tóxicas y las actitudes, equívocas y deja bien
claro que las cuentas pagadas son la mejor solución para llegar a la
tranquilidad de conciencia.
Es mejor utilizar el criterio propio, créanme. Posiblemente, se han olvidado ya para qué servía, pero se trata de ver todas las informaciones, separar el grano de la paja, seleccionar qué es lo que creemos que es verdad y qué es mentira y, a partir de ahí, formular nuestro propio pensamiento. Si seguimos la doctrina que, desde los distintos estamentos, se nos está imponiendo, no nos queda más que la infelicidad porque jamás estaremos de acuerdo con nuestra naturaleza, nunca podremos sentirnos satisfechos con la argumentación nacida de nuestro intelecto. No hace falta ser pedante ni nada de eso. Basta con tener la suficiente cultura y educación como para decir lo que pensamos sin pensar que eso va a generar malas caras, peores reacciones y el silencio del teléfono.
1 comentario:
Pues es una suerte que, como dices, Guadagnino haya aparcado sus habituales veleidades exhibicionistas y estetas para abordar una historia cuyo argumento recuerda a priori títulos como " La calumnia", o "La mancha humana" (me gusta más la novela de Roth que la película de Hopkins y Kidman). La tenía en el alambre, pero gracias a tu recomendación sube puestos en el rankin.
Abrazos polarizados
Publicar un comentario